Mordida

Quién iba a pensarlo… a esta altura de mi existencia, después de tantos pasos rurales y tantos caninos espantados, y hoy, un domingo cualquiera, en medio de una espontánea caminata, un dogo de medio pelo y no más de treinta centímetros de alto, me tomó por sorpresa y a traición me enterró un sucio colmillo detrás de la rodilla izquierda. Me dolió ligeramente, algo de ardor momentáneo y sería todo. Pero es un perro callejero, eso parecía, quizá sin vacunas, una amenaza para mi salud de hierro. Casi olvido el asunto hasta que llegué a la casa, iba entretenida oyendo un podcast. Algo de dolor me hizo recordar y comentar el suceso. Me limpiaron la herida y me mandaron al puesto de salud. Una experiencia lamentable, una atención mediocre y el origen de mi verdadero malestar en el día. La verdad me daba igual la mordida, pero la médica que me tocó en suerte generó rabia verdadera. Su cara de mala onda y su voz horripilante ponía en evidencia, sin el menor atisbo de prudencia, la pereza que sentía de pensar en atenderme. Después de 30 minutos inútiles,  después de tanta batalla estéril, no tuve más que hacer que abandonar el lugar. Ira, cólera, mal genio, todo junto, qué desgaste cuando aquello se apodera de mí. Me siento maltratada y se me escapa maltratar un poco de vuelta… mi parte menos civilizada entra en escena, pero me agoto. Se echaron a perder los planes del día, el almuerzo campestre se convirtió en un rápido instante en el que devoramos hamburguesas a la parrilla, empacamos y regresamos a la city. Una parada en la Cruz Roja y tampoco tuvimos éxito… nada fácil conseguir una vacuna… pero después de resistirme acá estoy. Esperando en la clínica, esperando en una sala de urgencias llena para que me pongan una vacuna, esperando que algún médico vea una pequeña herida y decida qué conviene… Me armo de paciencia, muero de calor, hago llamadas, escribo chats, leo un poco, veo posibles paseos futuros. Se me va la tarde de domingo, se altera el curso del día y en lugar de escribir mi pieza teatral me dedico dejar por acá algo del suceso del día, y qué vaina, todos mis esfuerzos porque las cosas me importen poco han sido en vano… La doc del pueblo me sacó de mi estado zen y todavía no vuelvo del todo a él. Espero mientras tanto que me invada la genialidad literaria, esa que está poseyendo últimamente a mi chiqui, y logré inspiración verdadera. No me queda mucho tiempo para la entrega, y aunque ya tengo la trama medio lista, faltan los diálogos. En realidad, por ahora quizá lo único que me importa es que me inyecten el virus inactivo ese de la rabia y me protejan de un daño potencial. Mucho me queda por hacer en este mundo.

Y aquí, con esperanza incierta y el sol que ya se escondió, continua mi espera. Me siento cansada ahora que la tarde se esfumó. Ya no entra el calor intenso y solo escucho el ruido de los timbres que llaman un turno y otro, todos menos el mío.  Lo que me espera parece largo.

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Sin rumbo fijo

―denota negación―