Redondo y equilibrado
Despegamos casi una hora tarde. Un avión enorme y una multitud
abordo. Volamos en turbulencia. Con inestabilidad atmosférica que semejaba una
precaria trocha, se sacudió todo lo que sobraba. El viento a favor y el
acelerador a tope permitieron que solo nos retrasarnos cinco minutos en el
itinerario. La escala en Madrid era solo de cuarenta minutos y no sabíamos
terminal ni puerta de nuestro siguiente vuelo. Aterrizamos bien, con tiempo
suficiente, eso creíamos. Pero dejar el avión fue eterno, laaargo, tuvimos que
hacer carrera de obstáculos hasta el control de pasaportes, correr más a
alcanzar el tren en busca de la salida, seguir corriendo al puesto de
seguridad. Lograrlo y salir seleccionada, mi computador y yo, para una
inspección aleatoria -igual que saliendo de Bogotá- esperar la revisión, subir
corriendo a la otra planta del terminal, buscar la sala de embarque a dos
minutos del cierre de puertas del avión. Encontrarla. Y el afán resultó ser,
como absolutamente casi todo, innecesario. Vuelo retrasado. Después de la
llegada maratónica tuvimos nuestro instante de paz y descanso, incluso de
aburrimiento mientras esperamos la hora larga que tardó la salida.
En el aire. Con aquella luminosidad radiante mientras avanzábamos
a nuestro destino, entre este mundo y otro que no sé cuál es, el cansancio me
vencía, pero finalmente no pude dormir. El colorido panorama en el vuelo me
entretuvo. Viendo por la ventana a ratos y viendo dormir profundo a los míos,
con ligera envidia, otro tanto. Fue
breve, quizá una hora, tal vez algunos minutos más y por fin llegamos… bueno,
es un decir, porque lo del aeropuerto en Lisboa fue coloquial, por decir lo
menos, tal vez como en terminal de buses local un poco. Los minutos que tomó el
trayecto desde Madrid, casi se duplican por acá, pero llegamos. Tomamos metro,
seguimos las instrucciones de Pancho y después de un rato ya estábamos
instalados en nuestro hotel. Uno petit con dos habitaciones mini, pero bien
dotadas, tenemos todo lo necesario y una vista linda.
Paso número uno después de cambiarnos y medio despejar la cara fue ir a buscar almuerzo. Caminamos unas cuadras y encontramos un lugar de comida típica y por supuesto entramos a probar. Fue una buena elección o el hambre jugó su papel, pero nos gustó!! Nos dedicamos después a conocer el barrio, llegamos casi hasta el puerto, o algo que se le parecía. Nos cruzamos con inmigrantes de decenas de orígenes, intentamos adivinar procedencia, pero no resultó sencillo. Como siempre recorrimos un supermercado, vimos desde frutas hasta mariscos, pasando por vinos de cepas variadas. Precios razonables y mucha variedad. Seguimos caminando, pasamos por infinidad de peluquerías y barberías, y otras tantas pastelerías, nos dedicamos un rato a ver la salida de la luna, nos encantó el cielo rosa, estuvimos felices con el clima, nos reímos de tonterías varias. Fue eso, nada más. Unos cuantos pasos, algunos en ascenso, y ahora a descansar. Nuestro primer día por estas tierras ha sido sencillo y encantador.