Piezas de la semana

De lunes a viernes. Sobre la mesa plantean problemas, tareas y plazos imposibles, incumplidos antes de comenzar; también culpas, sin que nadie parezca mostrar su desacuerdo. Nadie reclama, nadie argumenta, no hay contienda, parece un redil en lugar de una sala de juntas. No lo acabo de entender, tampoco a quién lo escucha. Trato de interpretar con benevolencia, sin éxito, por supuesto. Egos y prejuicios en el escenario. Prefiero la verdad sin filtros, sin culpas ni temores.

Contemplación. El tiempo transcurre de otra manera. No se siente igual mientras veo las ramas del sauce meciéndose muy cerca, tampoco cuando veo los eucaliptos al viento un poco más allá. Los sonidos se perciben diferentes en medio del verde, el mismo pájaro canta más alto o más suave rodeado de flores que cuando lo hace en medio de autos.

Un final en el aire. Su voz se había hecho cada vez más esporádica y su llanto duraba lo que una espera sin fin. Tenía notas en un cuaderno que no dejaba nunca. Sus ideas repentinas abonaban el terreno para una guerra arrasadora. Inventaba juegos que compartía con su perro. Aborrecía los espejos que aparecían de improviso y le arrojaban el reflejo de un hombre aturdido, uno que había padecido meses de dolor, sin un minuto de paz. Con su cuerpo muy cerca de la ventana miró a la calle, asomó primero su cabeza, luego sacó sus brazos, una pierna, la otra. Un salto al vacío.

Confusión emocional. Aquel medio día de viernes en el que se acostó a su lado y de pronto la vio mirándolo como si lo quisiera, como si lo estuviera queriendo. Pareció que lo quiso en ese instante. Fue más que deseo, pareció algo más allá de las pulsiones primitivas del cuerpo. Fue intimidad, no solo sexo.

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Algo de la vida diaria y un poco de gimnasia creativa, a ver si despego.



Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―