Instante decisivo

El vecino de puesto cambia de postura cada nueve segundos. Mueve una pierna, después la otra. Se sacude el pelo, se rasca la cabeza, se toca la cara. Ve la hora en su reloj, prende el celular, lo apaga. Mira por la ventana, parece no encontrar nada nuevo y vuelve a empezar. No se detiene. Todo sin siquiera notar mi presencia, esa que está a punto de volar, de unirse al caos y pedir a gritos que se detenga, que basta. 

Evito sentir cada sacudida arrítmica de la pierna vecina, intento que no se altere mi calma, pero algo en mi interior se acelera, resulta agotador percibir la angustia, me empiezo a sentir tan inestable y ansiosa como ese ser ojeroso y sin control que viaja a mi lado. 

En el segundo casi exacto en el que me voy a parar, porque no soporto más, le entra una llamada. Espero y lo miro. Respira hondo. Mira la pantalla del teléfono. No responde. Su rostro pálido parece volverse transparente, se acentúan sus ojeras. El teléfono no deja de sonar, apoya su cabeza en el espaldar de la silla. Cierra los ojos. Contesta. Llora, asiente, cuelga. Su movimiento se detiene, solo respira, existe, pero parece estar en pausa. Prende el celular, manda un mensaje que leo a distancia. La operación no resultó, su hijo murió. Sentí como mía su infinita tristeza. Todo alrededor me pareció impreciso e insignificante. Puse mi mano en su hombro por un instante, él mantuvo serenamente mi mirada con sus ojos inundados de lágrimas… me bajé del bus.


Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―