Extrañeza

Tengo una sensación extraña y compleja cuando pienso en ti. Un sentimiento que me asalta cada vez que mi mente evoca tu recuerdo. A veces estoy en el mejor de los mundos, en medio de momentos luminosos; pero te pienso en esos instantes, no sé por qué. Me pierdo y me siento frágil y razono y no vale la pena, no tiene sentido, pero es inevitable. No soy hábil en esto, me cuesta. Te da igual, lo sé. No es tu problema y para ti me invento los míos. Pero imagino todas las horas en las que no sé de ti y me agobia. Imagino a veces que me piensas, que quieres saber de mí, otras que te arrepientes, que crees que ha sido una pérdida de tiempo. El silencio es doloroso. Te siento a veces como una presencia fugaz que trata de escapar siempre. En ocasiones también me siento así. Procuro ser amable sin éxito, sale casi siempre mi yo más puro, el incorrecto, el que no sabe de formas y no suaviza lo que siente. El que te incomoda tanto. Procuro mantener mis recuerdos, las emociones que perviven a pesar de los arrebatos y las frivolidades. Intento mantenerme a veces presa de las ensoñaciones, esas que acomodo como más me convengan, esas en las que soy deseada en un tiempo difuso, esas en las que soy amada también. Soy consciente de los hechos, hay que salir de la ilusión, pero me gusta dejarla suspendida por un tiempo. Me estoy dorando al sol otra vez e imagino que ya me dirás lo de siempre, pero mientras siento los intensos rayos del sol sobre la piel apareces… y no quiero, de verdad que no. El esplendor de aquellos días es ahora borroso y no quiero sumergirme en una ola de sufrimiento y rencor. No hay por qué. Fue efímero, aunque no tanto; fue salvaje, aunque pudo serlo más; fue intenso y ha dejado huella; fue perfecto mientras duró.


 

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