Una mujer en el escenario

Recorre el camino de siempre hacia el cole, deja al joven, se despide prudentemente para evitarle vergüenzas y parte al Transmilenio. Luego, en la ruta, se sujeta en ese Volvo de motor silencioso con muchos caballos de fuerza, va observando a los pasajeros, se sorprende con lo absortos que van todos en sus teléfonos, sonríe cuando encuentra alguna mirada dulce, se alegra por no ir inmersa en la congestión trepidante de la autopista que padece el atasco de siempre. Minutos después llega a destino y sabe mejor que nadie que el trabajo no se hace solo. Conecta el compu, se sirve una taza de agua y empieza a laborar. Entre un mensaje y otro, avanza en algún informe atrasado y entra a las reuniones del día, en las que guarda silencio durante un rato, pero sin mucha intención interrumpe, pronuncia, se deja llevar. A media mañana ya quiere volver a casa, trabajar cómoda, sin la interrupción constante, sin la algarabía permanente y las frases fáciles que poco dicen. A mediodía cambia el rumbo de la obra, otras interrupciones, novedades que le dan un giro al día. Deja la oficina por un rato. Se ríe a carcajadas un segundo tras otro. Llega la tarde. Retoma labores. Otra reunión, un poco de lluvia, mucha lluvia. Regresa a casa.




 

Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―