Un capítulo cerrado
Borré tu número, te
saqué de todos mis espacios. Cerré cualquier posibilidad de contactarte
nuevamente. Es mi único propósito vigente. Menos mal. Recién me lo
propuse el sábado y hoy, lunes, ya siento un insano impulso por saludar,
llamar, saber cómo estás.
Te escribo entonces.
Quizá así puedo ir olvidándote poco a poco, desdibujando aquello que fue, que
sentí, lo que percibo cuando se trata de ti. Empezar un juego, responder mis
preguntas. Pero he nadado en la profundidad de mis deseos y siempre llega la musicalidad
de tu recuerdo. Esa experiencia única y fascinante que creé, el lugar que
todavía ocupas.
Fue difícil, pero nos
abrimos camino, le dimos una forma fantástica a la realidad mientras estuvimos
juntos. Ahora interpreto esa historia, no fue solo mía, no creo que
haya sido en un solo sentido. Parecía un sueño irrealizable. Lo fue. Lo he
dejado atrás. No. Miento, todavía no, pero tu sí. Quizá eso es lo
que me agobia. Saberme desplazada. Haber cambiado abruptamente mi lugar en la
lista. Salir de la lista.
¿Qué dice todo eso de
mí? ¿Cómo entender mis intentos por cambiar de refugio sin éxito? Empezar otras
aventuras no ha sido suficiente para apartar la nostalgia. Lo he intentado.
Pero saber que decidiste que mi espacio exclusivo, mi lugar fijo, se aprovecharía
mejor sin mí… me ha superado un poco. Tal vez sea porque, contrariamente a lo
que daba por hecho, no era definitivo ni absoluto. Cada uno tiene varios
momentos posibles. En tu vida parece no haber lugar evidente para algunas
personas. No parece haber lugar ni momento para mí. Y vuelvo a ti, pero en
realidad quiero saber de mí.
Envidio tu capacidad
de decisión. Tu facilidad para delimitar espacios y convertirte en inaccesible,
física y emocionalmente. Mientras tanto, yo me siento sin rumbo fijo, divagando
entre recuerdos. Me siento a veces valiente, libre, pero otras, muchas más, en
el margen, olvidada. Y no me gusta pasar desapercibida, no me gusta haber sido
olvidada.
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