Caluroso

Viaje relámpago a la costa. Otra vez mar. Hicimos una pausa en la actividad habitual para comenzar a darle sentido a lo que queda del año y aunque cuesta, siempre encontramos el tiempo para estar donde queremos estar y este finde no fue la excepción. Sin demasiada preparación, decidimos, organizamos y partimos.

Pasar un fin de semana en Cartagena es enfrentarse a varias opciones,  historia antigua, compras, playa, fiesta. Creadores de tendencias abundan por esas tierras, pero nuestro único plan era alejarnos de la city, hablar y reírnos mucho, como solemos hacer en cada encuentro. Sin embargo, a veces hay que aceptar lo que llega, confiar en el azar y saberlo disfrutar. Nos sentimos jóvenes. Estamos jóvenes. También nos sentimos divertidas, deslumbrantes e ingeniosas y nos fuimos de copas.

Primera noche. Tomamos un taxi, pedimos ir a un restaurante que quedaba en una esquina y sería todo, con ese detalle en la instrucción de Mer, por alineación cósmica llegamos justo a la esquina que esperábamos. Comimos rico y dejamos nuestra mesa. Anduvimos algunas cuadras, escogimos una plaza para tomarnos algo, brindamos, nos reímos mucho y salimos a medianoche en busca de huevos y café para el desayuno del sábado. Ignorando el peligro que entrañaba transitar por los que antes eran espacios familiares, nos aventuramos calle abajo y también por azar, pero sobre todo por despiste, estuvimos en medio de una zona con alta densidad de seres de vidas complejas, quizá ladronzuelos, quizá jíbaros, personajes entrenados para atender necesidades de todo tipo de clientes. Claro, estábamos de madrugada, a esa hora todo se transforma, el ambiente se enrarece, pero no pensamos que fuese para tanto. Al lado y lado de la vía, en medio de la calle, en los negocios abiertos, por todos lados había prostitutas y extranjeros queriendo una rápida transacción. Un tanto abrumador, por decir lo menos. Pero todo estuvo bajo control. Un personaje en el camino nos sacó de allá, nos dijo que quizá habíamos pasado por policías infiltradas y, además, nos llevó a esas horas a hacer nuestras compras… salvó el desayuno.

El sábado empezó temprano con café fuerte. Partimos rumbo a la playa que estaba muy cerca. Nos instalamos bajo una carpa y entre conversaciones varias, reflexiones dispersas, brindis ruidosos y pasos playeros, se fue la jornada, una de sumergirnos a ratos, tomar sol y dejar fluir el día. Pasadas las 3 se nos acabó el aguardiente, el agua, el hielo y empezó el hambre así que fuimos por pez y patacón. De sobremesa continuamos al sol, pero en la piscina… bueno, no quedaba mucho ya, nos perdimos el atardecer, pero volvimos al agua y nos seguimos riendo sin control hasta que nos sacaron de la terraza.

Llegamos después de un rato a Getsemaní. Percibimos las luces y sonidos que invadían el espacio al que entramos, de pronto sentimos la música y las ganas de bailar, seguimos una cadencia tropical y nos dejamos guiar por algunas intermitencias sonoras cuidadosamente seleccionadas por un DJ ultra concentrado en su trabajo. Bailamos a ritmos imprecisos y de carcajada en carcajada se fue la noche. Un par de horas de magia, bailando como se nos dio la gana, repitiendo a veces los pasos de playa. Salimos a caminar un tanto y regresamos a descansar.

La mañana del domingo estuvo en calma. El oleaje caribeño y el brillo del agua fueron compañía en una caminata de un par de kilómetros. La piscina y las conversaciones, pero sobre todo las risas, fueron protagonistas en la tarde. Todo fue muy rápido, liberamos energía, nos divertimos.

Dejaré por acá unas cuantas fotos, auténticas algunas y otras en las que maniobramos. Modificamos el pasado, el instante recién capturado. Suavizar, alargar. Distorsionamos la realidad con los filtros del celu, ja. Todo fue fácil, en especial las ridiculeces de nuestro actuar que nos sientan de maravilla. No se cantar, no se bailar, poso sin gracia... pero vivo feliz y la pasé genial.






 

Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―