En calma

Un martes que comenzó con el desayuno colorido de siempre y continuó con el recorrido que retoma la rutina escolar, amenizado con conversaciones filosóficas sobre gustos y emociones. Una mañana laboral sin demasiada presión, cada cosa a su ritmo, avanzando sin contratiempos. Un mediodía de las mejores lentejas jamás con sobremesa editorializando sobre su sabor. Una tarde con par de reuniones y el final de la jornada con clase virtual, de vuelta al aula, sin mayores expectativas, pero entretenido. Una copa de vino, quizá dos, y sería todo.

Ayer de vuelta a la calle, la oficina y la endulzada del día; después el almuerzo en Safari que empezó con una conversación sofisticada y derivó en múltiples risas por tonterías varias. Una tarde rápida entre correos y matrices de seguimiento y de nuevo a la furia del tráfico, a la ciudad acelerada que enfrento desde el bus, viendo pasar la vida por la ventana en altura. La noche es serena, duermo profundo un rato que parece largo, pero despierto antes de tiempo. Percibo un dolor, uno que puede hacer colapsar mi estructura y me asusta. Temo por mi pie izquierdo, en la oscuridad, en medio del silencio, todo es terrible. No logro dormir nuevamente, pero me levanto apenas con residuos de esa sensación. 

Hoy, aceleré el paso en la mañana, creo que corrí por un kilómetro, tal vez dos. A veces me ocurre que sin pensarlo mucho cambio de ritmo, siempre me canso y me detengo a los 100 metros, pero hoy no. Llegué a tiempo a trabajar, fue solo abrir el correo y bajar revoluciones... la vida laboral sigue, pero en casa avanza según mis caprichos, bueno, salvo que el tiempo apremié.

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Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―