Una mirada a la sierra

Un miércoles completamente despejado, con el sol brillando con una luz blanquísima. Partimos a Minca. Llegamos en breve, una ruta corta y cómoda. Nos encontramos con un grupo de viajeros y salimos caminando a una finca cafetera. Una visita con algún aprendizaje por ahí, un proceso artesanal y un café suave. Probamos una taza recién hecha y también un licor muy dulce, que no nos gustó tanto, pero que tuvo muchos adeptos. Continuamos el recorrido hasta una cascada estupenda. El plan recién llegamos fue flotar boca arriba y maravillarnos con el cielo azul intenso que se extendía ante nuestros ojos. Se veían poquísimas nubes, se veían las hojas de los árboles con un movimiento lento. Se sentía el sonido fuerte del agua, se sentía un frío refrescante. Al final nos sumergimos en un placer inesperado y la inmersión le dio un sentido a toda la humedad que habíamos aguantado y al calor que se había instalado. Las voces y las risas en la cascada apenas eran perceptibles desde mis pensamientos, fueron minutos de desconexión. Solo eso. Y ya está. Bueno, eso y los brazos y la cara muy bronceados, el canela se apoderó de mi piel.

Creo que me gustó todo. Disfrutar los sonidos de la naturaleza, los colores de la diversidad en el almuerzo. Desde remolacha hasta pollo con curry, pasando por plátanitos dulces … sobremesa con vista al cerro, tarde con aprendizajes de biodiversidad y bambú, y preparando y comiendo chocolate, desde la fruta hasta la mezcla con panela y semillas, toda una experiencia. Tuvimos una jornada de intercambio cultural en la sierra. Alemanes, chilenos, ecuatorianos, brasileños, venezolanos, franceses, de todo como en botica, pero en Minca. 











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Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―