Otra semana a ritmo de julio
Son las vacaciones escolares y algo cambia en el ambiente. Se puede dormir un poco más. El tráfico se
hace más ligero, algunos lugares tienen menos gente, otros están a reventar. Es
el lugar que habito comenzando la segunda mitad del año. Recuerdo de estos días
un sueño, un universo paralelo. Un personaje que custodiaba mi sueño mientras
conversaba consigo en un monólogo que se sentía cercano, quería participar, pero
sabía que estaba dormida y no me salían las palabras... las de él eran palabras
pronunciadas en un lenguaje que comenzó a resultarme incomprensible. En un
momento dejé de entender. No comprendía que decía, pero sí sentía su malestar,
estaba furioso. Sufrió una transformación mientras vigilaba mi sueño, fue como
si se acordará de algo cuando estaba hablando o como si hubiese descubierto
algo. Me asusté, desperté. Tengo la
ligera sospecha de que quizá las cosas cambien, laboralmente hablando. La
cuestión es que da igual cómo sean porque de todas maneras tendré que hacer lo
de siempre, pero tal vez de otra forma. Me gustan mis formas.
Pasé por alto el primer finde del mes... estuvo rico, en cámara
lenta. Desayunos interminables, coloridos. Cielos azules y nubes grises. Tiempo
de reconexión con la naturaleza. Copas de vino espumoso y de vino tinto. Muchos
pasos reflexivos. Caminar y caminar sin encontrar a nadie a mi alrededor, nadie
en kilómetros. Una experiencia bastante terapéutica. Ganas de escalar montañas,
explorar rincones, viajar por el mundo, conocer saberes y sensibilidades más
allá del altiplano. Los días, los demás,
han estado entre aburridos, intensos, agitados. El trabajo no falta, las
reuniones tampoco, pero en el medio retomo rutinas, el cuerpo se reacomoda, las
emociones también. Vamos a teatro, terminamos una serie, retomamos otra. Compro
libros, algún día podré leerlos. Camino por el barrio.