Lo que ofrece la vida

Se está acabando el mes y mucho ha quedado por ahí. Desde los días de veranito en la costa, hasta el desayuno con los gatos aquellos, el concierto remembranza y el baño de bosque. Como prefiero asegurar la memoria, dejare por acá el detalle fotográfico, bueno, al menos una muestra de lo que ha sido, tan solo algunas imágenes y palabras para recordar con la mayor exactitud posible esos instantes vividos.

Todo lo que necesitaba. Una semana de relajo y sol. El día en el que viajamos capturé en mi mente varios paisajes pasando a través de la ventana, muchos cuadros ante mí. Justo esa es la parte de lo que más disfruto en carretera. Llegamos y me dejé abrazar por el calor de la playa, me puse bloqueador una vez tras otra para dorarme de nuevo irremediablemente… Paseamos y comimos sin restricción. Estuvimos de un lado a otro, de la piscina al mar. Conocimos Ciénaga, Minca, anduvimos por el camellón de la marina, intentamos el rodadero, pasamos una mañana solos en una de las playas del Tayrona. También tuvimos días de ver el agua, su movimiento, sentir la brisa, refrescante, ver los colores del cielo conforme avanzaba el día… no mucho más, para qué más.

 

Quedaron en mi cabeza algunas postales del Tayrona, escenas en las que todo fue esplendor y belleza. También queda el estridente ritmo del Rodadero. Quizá no fueron más de 30 minutos, pero fue suficiente para sentimos violentados con el ruido, los gritos, la suciedad, el desorden de una tarde de viernes playero. El desapacible atardecer nos dejó con sensación de frustración y tristeza. Entendemos que no es para todos aquello de apreciar el silencio, que el ruido y el estruendo a veces hacen parte de la fiesta, pero la verdad es que fue exagerado e innecesario. En ocasiones entiendo los decibeles, pero con la basura no puedo, no hay comprensión alguna. No sé cómo disfrutan produciendo tantos deshechos y dejándolos por ahí.  Sin más. Lo que nos anunciaron como un recorrido entretenido y amable por la playa resultó una ruta imposible de transitar.  Democratizar el turismo sí, pero que cada uno recoja su basura. 

 

Estuvimos en breve de vuelta al trabajo y al caos. Pero siempre está bien regresar. Me gusta mi casa y aunque padezco los sinsabores de Bogotá, también me gusta. Amo verla rodeada de verde y subir por pequeñas colinas que están cerca, no será como en el campo, pero también me encanta.

 

Concierto de conciertos. El espectáculo no fue solo maravilloso por los recuerdos, las canciones, las risas, sino, particularmente, por la emoción de vibrar con tanta gente. Aterciopelados estuvo fantástico, canté a dúo todo con Yordano, me reí con Toreros Muertos, la nostalgia de apoderó de nosotras con Poligamia, me uní a los coros en todo el espectáculo de Soda, me aburrí con Miguel Mateos después de tres canciones. Abandonamos antes de que terminara, pero empezaba la madrugada, hacía frío y ya no quisimos más. Fue increíble. 

 

Bailar en el diluvio. Me encontré con un grupo de desconocidos que resultó una compañía fantástica para un domingo helado en la montaña. Tuvimos un ascenso a casi 3.100 msnm y encontramos una laguna encantada, a veces está, otras no. Un entorno precioso con una vista fabulosa. Hasta ahí frío intenso nada más. Tomamos cacao caliente y empezamos a sentir el abrazo de la lluvia, pero sin intermedios ni pausas hubo lugar para agradecer, acomodarse y comenzar la clase de afroyoga. Una llovizna ligera se convirtió casi en tormenta, pero nada nos detuvo. Bailar en el pasto, a medias y con torpeza, resultó el mejor antídoto contra la neura personal, es curioso, pero moverse sobre la hierba empapada da felicidad y tranquiliza el espíritu.


Bueno, eso principalmente, pero mucho más, hubo un poco de todo, incluso hoy que despido julio. Siguen imágenes del mes en desorden, pero recordaré instantes alegres, algunos que me gustaría repetir.




























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