Brunch de campeones

Sábado. De madrugada en pie. Café revitalizante.  Llovizna. Cielo gris, oscuro. Emprender el rumbo. Llegar. 6:00 am. Otra vez tarde.  Dar vuelta en busca de un espacio para el auto. Dejarlo por ahí en un lugar pequeño. Entregar las llaves, confiar. Empezar el ascenso antes de lo previsto, espacialmente; pero más tarde de lo esperado. Subir, seguir subiendo, ignorar la música, pasar por alto el mal gusto de los caminantes, respirar, empezar a ver la ciudad con otra perspectiva. Avanzar, detenernos, tomar aire, seguir. Sobrepasar a los más lentos, dar paso a los más ágiles. Continuar, llegar. 48 minutos de pasos ascendentes, sin afán. Una ruta democrática. Gente. Mucha. Ver la montaña. Oír los pájaros. Tomar agua. Recorrer el cerro. Conversar un tanto. Hacer fila. Oír conversaciones. Tomar el funicular. Bajar. Ir por el auto. Llegar al estacionamiento. Pausa. Susto… Por qué cresta se le ocurre a alguien que mover los autos a otro lugar de parqueo sin permiso del dueño puede ser una buena idea…  Instante de ansiedad, breve, por suerte. Caminar unas cuadras más a otro lugar, recuperar el auto. Confirmar que está todo ok… Partir. Llegar a Usaquén y por fin el esperado brunch. Panes, frutas, huevos, más café. Dar vuelta por el parque y sería todo. Una mañana diferente, entretenida, que se repetirá. 





Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―