Casual relajado

Dulce y cálido también, ideal para disfrutar y descansar. El fin de semana que pasó dimos un salto al otro lado de los cerros. Anduvimos en el Llano. No llegamos precisamente a un lugar aislado de desconexión, pero sí muy cerca de un paisaje espectacular.

Partimos temprano, pero no tanto, y escogimos otro camino, cambiamos de ruta. Dejamos la ciudad de la furia sin casi darnos cuenta. De calles con gente que comenzaba el día pasamos a la ruralidad un poco urbana y empezamos a ver que fuera iban sucediéndose cada vez más las montañas con sus árboles, la flora del altiplano y algún pájaro también; de repente unas casitas asomaban; y así, sin expectativa alguna salimos a la carretera y tomamos la vía de siempre. Tuvimos un recorrido sin contratiempos, aunque sí con un pare siga que no entendimos, pero que nos tomó varios minutos detenidos. No prestamos demasiada atención y en calma llegamos a media mañana a Villavicencio. Nos instalamos en el hotel y fuimos a dar vuelta al barrio... caminamos un poco, oímos la naturaleza, y buscamos almuerzo porque el hambre se despertó recién llegaba mediodía. Comimos deli, contundente, sabroso, y, sobre todo, muy divertido.... no recuerdo ya porqué nos reímos tanto, pero pasamos felices.

La tarde anduvo llena de nubes cargadas que se detenían en su ruta y apenas dejaban pasar el sol. Sin embargo, buceamos en la piscina bajo la sombra y bajo una lluvia esporádica e insulsa. Nadamos como si nuestras vidas dependieran de ello, bueno, la mía, al final creo que fui quien más se movió y sumergió.

El domingo madrugamos y después del colorido desayuno, que estuvo repleto de las mejores frutas, nos fuimos a conocer Acacías.... que no estuvo muy bonito. Aunque conocimos un mirador fantástico, el pueblo es un tanto desorganizado. El instante genial fue protagonizado por un perro que se unió a una ranchera que sonaba y la "cantó" como el más apasionado de los mariachis... sus aullidos se oían muy afinados y perfectamente sincronizados con la pieza. Un tanto decepcionados partimos a Puerto López, a ver el centro del país. El recorrido estuvo largo, pero bastante bien, la cantidad de piñas en la zona, la variedad de platos a orilla de la carretera y el verde exuberante que brillaba con el sol que se iba imponiendo, lo hizo muy entretenido. No fuimos los únicos en escoger el destino del día, la originalidad parece no ser nuestro atributo a la hora de seleccionar plan, así que aun cuando dimos vuelta y vimos el paisaje llanero desde el "ombligo", pasamos de hacer fila para subir al mirador y huimos de la multitud.

Encontramos gente amable y alegre por ahí, unos chicos que se lanzaban a una laguna desde un puente, otros que pescaban muy artesanalmente, otro que se interesó por mi cámara y quiso una clase rápida de tomas, lentes, luz, una que por supuesto no pude darle porque lo mío es pura intuición y cero técnica... esas breves conversaciones, auténticas e inesperadas, me gustaron un montón.

Habíamos estado varias veces en Villavicencio, pero no conocíamos su plaza, así que el lunes nos fuimos a recorrer la ciudad desde muy temprano. Estuvimos en el centro, que nos gustó, sencillo, pero organizado, y anduvimos también por algunos barrios residenciales y otros muy comerciales. Después nos doramos un tanto al sol, jugamos en el agua, nos arreglamos y regresamos. En el camino tuvimos ilusión de país moderno por varios kilómetros, los túneles y la carretera parecían reflejar pujanza e ingeniería sobresaliente… pero la imagen del puente roto, aquel que se partió en dos hace unos años, nos devolvió a la realidad. Llegamos antes de lo planeado, así que hicimos pausa para conocer Chipaque… una vuelta por su plaza, unas arepas de sagú y sería todo. Tres días de calor que volaron.


















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Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―