Colores veraniegos
Se
escapó la semana santa, regresamos, volvimos a la rutina laboral, avanza el
mes, termina... pero ahora que veo fotos recuerdo lo que fue.
Me
quedé en el lunes, pero cada día tuvo su afán. El martes estuvimos de paseo en
Filandia. A pesar de su cielo nublado, pese a la lluvia torrencial y al frío
inesperado, nos encantó. Anduvimos por sus calles de colores, tomamos café
suave y aromático, compramos flores, almorzamos con algo de picante, nos
reímos, nos mojamos y regresamos.
El
miércoles anduve de caminata, un ascenso no muy inclinado, pero exigente. Bajo un sol pálido tuve jornada de inmersión
en la naturaleza. Me gusta siempre estar en medio de pájaros, el aire libre en
un entorno verde y limpio es uno de mis lujos favoritos. La mañana voló, sin
darnos cuenta estábamos sentados con un plato de frijoles y muchos patacones en
frente. Fuimos en la tarde a Manizales,
estuvimos de compras, nos entretuvimos en un par de tiendas, nos antojamos de
todo, no hubo mucha acción. Volvimos al caer la tarde, dimos vuelta por el
barrio y en la noche entró en escena una tormenta eléctrica de considerables
proporciones. Me asusté.
El
jueves fueron los 80. Celebramos la ancianitud, la alegría de estar juntos, de
paseo, saludables. Nos fuimos a Pereira y en un ambiente precioso cantamos, mi
madre sopló su vela, pidió deseos, comimos postres deliciosos y anduvimos entre
el verde, las flores y unos árboles majestuosos. La Hacienda, que seguro tiene
más de un siglo, fue una elección perfecta para la ocasión, un lugar con mucho
encanto, y aunque estuvo fresco, pasamos felices. Nos aventuramos en la tarde a
Cartago, el trayecto estuvo entretenido, el paisaje es bonito, el pueblo no
mucho, pero llegó el afán, la urgencia por regresar y se acabó el plan, antes
de lo que habría querido, pero igual estuvo divertido.
El
viernes partimos temprano a conocer el parque los Yarumos. No le tenía mucha fe al sendero que
promocionaban, no me gusta mucho ir en multitud con otros visitantes, pero
estuvo genial el recorrido. Corto, pero bonito, refrescante y con muchos
aprendizajes. Bromelias, tardígrados, hongos, árboles venenosos, la naturaleza
en su esplendor, de todo nos enteramos y respirar el bosque, sentir su aroma,
es fascinante.
Llegó
el sábado, último día de plan posible, no había recorrido suficiente así que me
fui de caminata en soledad. Un ascenso tranquilo, caluroso, rodeada de
cafetales y otros árboles frutales…. Así hasta llegar a la Violeta. Pausa para tomar agua y regresar, pero por
atender mi mundo interior, por andar de paseo mental sintiendo el canto de los
pájaros, el sonido de la tierra cuando caminaba, la poca brisa que llegaba y el
sol que pegaba fuerte, de repente tuve la sensación de ir por el camino errado
y en breve llegó el instante de confirmación. Me perdí. Otra vez. No me quedo
otra que avanzar preguntando la ruta y cruzar la montaña transitando el
asombro. Estuvo desafiante, muy, pero fue estupendo, pese a los charcos, al
barro, a tener que arrastrarme bajo unas cuantas cercas. Llegué a salvo, con
sed y hambre de caminante… Pero el asado estaba casi listo, así que todo estuvo
alineado. ¡Nuestra estancia por allá es pura comodidad e indulgencia!
Sería todo, el domingo temprano emprendimos el regreso, sin detenernos arribamos a la city… Ah, pero también convivimos con el volcán en esos días de calor, estuvimos al tanto de su presencia, pero lo dejamos ser y fuimos. Sin embargo, esta vez ni fumarola, ni cenizas, no percibimos ninguna de sus señales de furia, pero sí una atmósfera distinta … sabemos que ahí está, se hace sentir, solo esperamos que mantenga la calma. Mientras tanto hay que seguir viviendo, hay que celebrar, hay que disfrutar el presente, en reposo o en movimiento, pero disfrutarlo.