2023 llama a la puerta

No he tenido mucho espacio mental para hacer balance y proyectar la yo del futuro, quizá porque no quiero… ya lo pensaba ayer y creo que sí, que me sorprenda la vida mejor. Improvisando no me ha ido mal, así que no empezaré ahora con nuevas rutinas. Pero qué mejor que un escenario precioso y asilvestrado para comenzar año, qué mejor que un ascenso musicalizado con pájaros cantantes en toda la ruta… qué mejor que llegar a la cima y tener compañía para seguir la aventura en la montaña. Confío en que es preludio de un año bonito.

Tuvimos un plan que resultó una auténtica delicia para este domingo de Año Nuevo, un recorrido por un terreno conocido y amado por nosotros. Subir al Tablazo, encontrar las cuevas, descubrir el silencio y disfrutar la sabiduría de la naturaleza… Cuando empecé a caminar, había un sol precioso que se colaba entre las hojas de los árboles y creaba unos efectos bellísimos; cuando encontré a Pancho y a Daniel y alcanzamos la cumbre, las nubes llegaron a saludar, bajaron mucho para asegurarse de que las veíamos… y sólo las vimos, el verde no quiso robar protagonismo.

Avanzamos hacia el interior de la montaña, encontramos un espacio misterioso y sin sol y aquello fue emocionante y divertido. De regreso paramos unos minutos en el pantano, lanzamos piedras y sería todo; fuimos al pueblo por arepas y volvimos para el asado de 1 de enero, con sol intenso, lluvia pasajera, calor tropical y brisa invernal, así la tarde, entretenida. Y nada, esto y las cosas maravillosas que vienen.




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