Tierra soleada en desorden
Algo como los trozos de hace unos días. Asuntos
pensados, experiencias vividas, historias oídas o vistas durante el paseo,
frente al mar o en el camino, que estuvo largo.
Beach boys. Sus voces. Sus risas. Su forma de caminar. Son amor. En esta semana, de abrazos prolongados y risas ruidosas, me cuidaron y consintieron, como siempre, quizá, pero con más calma. Aunque sabotearon mi tarde de piña colada... todo hay que decirlo y solo, solo porque iba ganando la partida de UNO, la envidia cruel en las partidas de cartas.
Bonitas puestas de sol. Después de sentir las "caricias" de los intensos rayos del sol, ver caer la tarde desde la playa es maravilloso. Casi siempre el cielo se tiñe de naranja y en cuestión de minutos el sol se despide, acudimos así a uno más de aquellos instantes fabulosos y naturales que la vida nos regala.
Ego análisis. A veces me considero discreta y equilibrada, otras aguda y exasperante. No soy la misma de hace un par de años, sin duda he cambiado un montón. Tengo la sensación de haber aprendido mucho y olvidado otro tanto, pero cuanto más creo que tengo mis asuntos bajo control, más se van de las manos… dejaré que el universo se encargue. Los años no solo han cambiado mi percepción del tiempo, también de las cosas y los lugares. Aun así, me mantengo soñadora, libre y alegre. Un poco más sensible, no siempre cuerda, pero sí responsable y puntual. Aburrida. No lo sé. No lo creo. Me gustan los colores y nunca he querido una vida gris, aunque de vez en cuando me inclino por los matices y no siempre encuentro brillo, pero sí encanto tras la neblina, como dirían por ahí.
En el malecón. Barranquilla nos gustó un montón. Más esta vez que las anteriores. No conocíamos la costanera y gratamente nos sorprendió. Caminamos en soledad porque la calle estaba cerrada por el 20 de julio. La brisa nos acompañó y varios pájaros sobrevolaron el río mientras anduvimos de recorrido. Hicimos pausa en un local cualquiera, ambientado con rock argentino, nos refrescamos un tanto, comimos una mini empanda caprese y pagamos un dineral, estaba rica, sí.
En la carretera. Cientos de hectáreas de palma de aceite, no las había visto antes,
nunca quizá, no así, en esa cantidad, es entretenido ver los surcos entre los
cultivos. Me gustó ver las vacas a la sombra cuando el sol estaba más intenso.
Reunidas bajo los árboles, rumiando sobre el clima tal vez. Cruzando Pelaya, un
pueblo que me resultó desconocido, nos cruzamos con la Virgen del Carmen y un
cura farandulero que saludaba a su público como rey de belleza, mientras tanto,
interfería el paso y se acumulaba el tráfico... con nosotros ahí atrapados. El
paso por Ciénaga me impactó bastante. No conocimos el pueblo, que se supone lindo,
pero es que en la carretera, la basura, el desorden y la pobreza abruman; por
un lado gente moviéndose de lado a lado en caos, por el otro, gente abandonada
a su suerte entre calles enteras repletas de desperdicios. No logro entender.