Pasa el tiempo

Intento balancear la existencia en tiempos de tormenta. He sabido siempre que la vida es un cambio constante, que a diario nos movemos entre emociones y puntos suspensivos, entre la belleza y la crudeza de este mundo que a ratos encuentro caótico. Lo he sabido, sí, pero lo olvido a veces y cuesta asumirlo. 


Te visito y acudo a los recuerdos, esos que vienen a quedarse mientras vuelves, aquellos que acarician, que te mantienen presente, cerca de mí. Se cuela por la ventana algo de brisa y pienso que has hecho nuestra vida muy bonita y mientras te miro y rozo con delicadeza tus brazos hinchados, pienso también que seguiré subiendo cerros, aprendiendo sobre flores y pájaros, que te compraré más libros, aunque ya se nos acumulan varios, que iremos al supermercado a antojarnos como siempre... que seguiré improvisando en esto de la maternidad de un adolescente, evitando convertirme yo en la adolescente mayor. Te miro profundamente y en cada línea de tu cara veo la sonrisa que nos regalas cuando te emocionas con las palabras de afecto de Daniel, con sus abrazos y sus carcajadas, creo que nada te hace mejor que sentirlo feliz...

Ay madre, entre los partes médicos, las palabras cortas de las jefes sobre lo que van viendo y el sonido incesante de los aparatos que te mantienen controlada, solo cruzo los dedos para que salgas bien de acá y confío en la fuerza y la capacidad que tiene el amor.
 

Aquí estamos madre hermosa. A veces perdidas, a veces con dolor y rabia, a veces cansadas, pero siempre unidas y acompañadas.

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Sin rumbo fijo

―denota negación―