Colores del trópico
Recuperando poco a poco la ilusión de los paseos, escapamos de los largos y azarosos meses pandémicos. El brillo que reluce con fuerza en el Caribe alegra corazones, así que el finde pasado partimos a Cartagena a que nos acariciara el viento cálido y a disfrutar del maravilloso aire tropical. Un viaje de a dos, diferente, bonito y muy caluroso.
Aunque el frenesí turístico abruma en la ciudad
amurallada y la multitud se desborda por las calles abarrotadas de puestos en
los que venden un poco de esto y otro tanto de aquello, encontramos espacio
para recorridos tranquilos antes de que llegaran todos. Breves, claro. Huimos del
baile callejero, de la copa en la mano, de las múltiples selfies y de los
comportamientos con cero bioseguridad de los turistas extranjeros, para no
agobiarnos demasiado.
Así, de la incesante actividad turística de algunos
lugares, pasamos a parajes tranquilos y en calma. Caminamos por la bahía a diario, al despertar
y al atardecer, la música de los barcos incomodó a veces, pero la pasamos por
alto. Los colores de Getsemaní nos gustaron, puertas y ventanas pintorescas,
casas de puertas abiertas con patios inmensos en los que se veía transcurrir la
vida cotidiana.
El aviario con su diversidad de color y cantos nos
alegró y entusiasmo un montón. Lejos de
los pajaritos sabaneros a los que estamos acostumbrados, grandísimas aves,
fuertes, escandalosas y muy coloridas, nos dieron la bienvenida en su hábitat. Quizá las incomodamos, no lo dudo, pero ver
tantas plumas de cerca me pareció un buen plan.