Un desvío
Luciana se preparó como todos los días para partir rumbo a su
oficina. A tiempo, como siempre,
encendió el auto, se miró en el retrovisor para garantizar que el maquillaje
estaba en su sitio, aceleró y salió de su edificio. Tomó la ruta acostumbrada. Aunque
ocasionalmente cambiaba el recorrido según la recomendación de waze, esta vez
ni siquiera prendió la aplicación.
Los primeros veinte minutos del camino transcurrieron sin novedad.
Como era habitual, el tráfico era denso y Luciana aprovechaba los semáforos y
los trancones para mirar el entorno, sonreír a los limpia vidrios conocidos,
dar una mirada a los autos vecinos e imaginar alguna historia mientras veía
rostros y expresiones. Así, no sé dio cuenta del paso del tiempo, iba con
margen suficiente para llegar.
Acercándose a su destino cambió la emisora que estaba
escuchando. Oyó de repente una voz que
le resultó muy familiar, no la identificó rápidamente, era una conversación
hilarante, pero conocida, el periodista intentaba preguntar, pero era evidente
que también quería reír. Luciana se desconcentró, cometió unas cuantas
imprudencias en la vía, se le apagó el motor del auto, empezaron a sonar las
bocinas, decidió estacionarse.
Reconoció la voz. ¿Cómo era posible? ¿Qué estaba pasando? Su gran
amigo de universidad, su cómplice, aquel chico tímido y un poco torpe con quién
compartió cinco años de carrera y un par más cuando fueron profesionales,
estaba de vuelta. Subió el volumen,
intentaba asegurarse, no podía ser. Pero sí, el periodista lo llamó por su
nombre, Octavio, Octavio Veracruz.
- ¿Cómo? gritó Luciana
Habían perdido contacto absoluto, lo último que supo de él fue que
se había ido a vivir una temporada en un monasterio budista en Nepal y que no
quería saber nada del mundo que conocía antes.
Un fracaso amoroso y la pérdida de su madre, sumado a un sin fin de
frustraciones laborales lo impulsaron a cambiar. Intentó comunicarse muchas
veces, lo buscó y lo buscó hasta que desistió.
Nadie nunca volvió a saber de su existencia. Un monje más viviendo en modo zen, imaginó.
Enterarse de su regreso así, exigía movimientos rápidos para
contactarlo y saber de su vida y de ese libro de humor que estaba contando en
radio. No podía creerlo. Espero impaciente a que la entrevista
terminara, intentó comunicarse con la emisora, no lo logró, tenía que ir a la
oficina, pero decidió mejor ir a la estación de radio, tenía que encontrarlo.
No podía llamar a la oficina, no quería mentir, no quería llegar
tarde e incumplir con la agenda programada, pero no podía perder la ocasión.
Encontró el lugar en waze y pensó que no sería tanto, arrancó veloz, sin dejar
de oír la radio, avanzó y avanzó, tuvo que detenerse intempestivamente porque
un ciego estaba cruzando la vía. Pacientemente
esperó, pero antes de que terminara de cruzar, un ciclista se atravesó, chocó
al ciego, y cayó sobre el auto de Luciana.
En shock, el ciego tardó en reaccionar, el ciclista se levantó
furioso y mal herido, se empezó a armar un trancón monumental. Luciana se bajó, se aseguró de que las
heridas no fueran graves para nadie, ni siquiera revisó los daños de su auto e
intentó arrancar, sin éxito. El ciclista
la culpó y le impidió cualquier movimiento.
La entrevista terminó, pero Luciana quería llegar. Intentó negociar con el ciclista. Después de
irritantes y angustiosos minutos lo logró, bueno, le pasó plata para que se
fuera y la dejara mover. Finalmente llegó, corrió e intentó ingresar, pero no
contó con suerte. Preguntó por Octavio y
nadie entendía de quién hablaba.
Subió a su auto frustrada, no podía ser... Cambió de idea y buscó un café para hacer algunas averiguaciones en la página web de la emisora y de pronto se sintió sorprendida e inquieta, estaba siendo observada por Octavio, quien interesado en cada uno de los movimientos de Luciana comenzaría en breve a ponerla al tanto de los últimos 20 años de su existencia.