Antes de tiempo
Empecé el recorrido entusiasta. La semana que terminó no anduve mucho, así que tenía el impulso de avanzar y ascender, sin saber muy bien hacia dónde.
Comencé por la ruta acostumbrada, subí por Versalles, llegué a la casa naranja y, aunque dude, opté por el camino que me llevaría hacia el pantano. Llevaba buen ritmo, me crucé con algunos ciclistas y las gallinas y perros de siempre.
Llegué a la carretera y de nuevo tenía opciones, me incliné por la bajada. Con rapidez me fui hacia Ventorrillo y allí, aunque había pensado emprender el retorno, apareció Jolín, así llamé al perro que hace un par de meses me había encontrado y que ayer me dio la bienvenida como nadie nunca.
Ante la emoción y los saltos de Jolín, no tuve más remedio que seguir el camino del Tablazo, al menos un rato, pensé. Esa compañía en la soledad de la montaña resulta grandiosa.
A paso firme, pero ya no tan veloz, subimos varios metros. Entramos a un bosque de niebla a que nos envolvieran las nubes por un instante. La sensación de frío y humedad bajo la neblina me fascina y la escasa vista bajo
el blanco me maravilla, ignoro la razón.
Retomamos el camino y Jolín pacientemente me esperaba, me pasaba, se devolvía, me esperaba de nuevo, esa fue la dinámica hasta que encontré el camino de piedra y decidí intentar la subida a las antenas otra vez. Entrar a la montaña es bonito. El camino no es tan inclinado, pero como es en piedra, decidí subir despacio y con cuidado. Todo bajo control. Decidí también seguir a Jolín, él avanza con seguridad y me dejé llevar. Total, con seguridad habrá hecho ese camino cientos de veces, imaginé.
Avancé llenándome de un paisaje que encontré espectacular, las nubes se acercaban, anunciando lluvia, pero así y todo se veía de otro mundo. A lado y lado del camino frailejones, unos más altos que otros, algunos incluso florecidos, piedras y agua, mucha agua.
Las antenas se veían cada vez más cerca, la emoción crecía y la
suerte llegó por un encuentro, inusual en mis recorridos. Vi una pareja que
venía bajando, se asustaron un poco porque por algún motivo… bueno, por mi
tamaño, tras las ramas solo se veía mi cabeza preguntando. Quise saber si venían de las antenas y me
dieron un par de instrucciones para llegar, someras. Continuar por la misma ruta y bajar un poco
cuando estuviera llegando para encontrar el camino de subida. Simple. Demasiado cerca.
Así fue, Jolín y yo seguimos subiendo. Llegó la lluvia, suave en
un principio, una llovizna que no me impediría llegar, pensé. Tal como dijeron, se acabó el camino de piedra
y empezaba el descenso, tal como señalaron, comenzamos a bajar. Jolín decidió ir detrás de mí, despacio. Siguiendo
las huellas que acababan de dejar, pisando con cuidado, bajé y bajé, enterrándome
en el barro y resbalando un poco. Más
lluvia, más intensa. El bosque a esa
altura en la montaña es increíble, me encantó.
La bajada comenzó a hacerse más pronunciada, las huellas cada vez
menos perceptibles, mis zapatos más embarrados que nunca, mis pies mojados,
Jolín expectante, yo ansiosa por llegar.
Continuamos bajando, hasta dónde me pregunté. Bajar y bajar por un sendero
cada vez menos claro, hasta que no hubo más huellas, no hubo más camino, solo
barro. En medio de árboles gigantes, de
ramas sobre mi cara, bajo la lluvia cada vez más intensa, giré para que Jolín me
diera la señal… no hubo tal, él esperaba la mía. Un par de minutos, quizá menos,
para decidir que lo más prudente era volver.
Me acobardé. Me frustré. Bajar fue un desafío y ahora regresar lo
sería más, la lluvia complicaría un poco el viaje de vuelta.
Me llené de valor y sin mirar más allá del piso para evitar un mal
paso, avancé, llegué a tierra firme, salí del barro. Me sentí a salvo. Lo logré.
Sin embargo, las piedras estaban convertidas en pistas de jabón, así que convertí
en mantra el “no me voy a caer, no me voy a caer” hasta que “mierda” … resbalé
dos veces. Como si de rodadero se
tratara me deslicé como en película, pero alcancé a sostener la cabeza firme y
evité un golpe mayor, así dos veces y una tercera cuando ya llegaba a la
carretera, cuando ya me sentía en casa, aun cuando faltaban como 10 km.
Canté victoria antes de tiempo, me sentí triunfadora cuando me faltaba lo más difícil. Por segunda vez no tuve
éxito. Ignoro cuánto me faltó, desconozco si tomé la ruta que era. ¿Cómo saberlo? Sí, regresando, intentándolo
de nuevo, puede que la tercera sea la vencida...