Alguna vez de pronto
Lo que fuera que
sentían había empezado a ir cuesta abajo y se vislumbraba ya el
final. Desgastados por la ausencia de caricias y la falta de
miradas, aceptaron que el brillo se había apagado y que el caos desencadenado
debía terminar. Decidieron dejar ahí, pero antes del adiós prometieron un
encuentro.
A esa hora, cuando la
tarde empezaba a acabarse, llegó, finalmente llegó. Después de más de un
año de esperarla, de quererla ver, de abrazarla, apareció. Era un encuentro,
uno solo, nada más que eso. Confirmar lo que durante meses sintieron, dar
paso al deseo que, con voluntad propia, se había adueñado de ellos en tanto
tiempo de distancia en el insalvable encierro que los agobiaba.
Mientras la esperaba
recordó muchas de las conversaciones que tuvieron, mucho de lo que lo hizo
sentir. No entendía cómo se había convertido en refugio y tentación. No sabía
cómo se había dejado seducir... parecía siempre tan seria, pensó, pero le
divertía creer que su encanto juvenil y su frescura frente a la vida la habían
cautivado.
A veces no soportaba
sentirla en conflicto, quería que se despojara de culpas. Entendía que
había sido hasta ese entonces una mujer libre de secretos, toda una vida sin
deslices, según le dijo. Ahora, sin buscarlo, parecía que el intento de la pasión
liberadora, la intensidad de una relación oculta y la emoción de nuevas
sensaciones la hubiesen estremecido, desbordando todos los límites impuestos.
Unos cuantos golpes en
la puerta lo sacaron de sus pensamientos. Abrió y la abrazó en cuanto la vio,
no quería soltarla. La miró fijamente encontrando lo que había esperado
siempre, amó su sonrisa y el brillo de sus ojos. Percibió algo de timidez,
prudencia tal vez. Había imaginado tantas veces este instante. Las
pocas veces que se habían visto, todas antes de cambiar el tono de las
conversaciones, habían sido pasajeras. Ella casi no las recordaba, aunque
él sí las tenía muy presentes.
Una vez, al fin.
Movidos por el impulso del deseo, atrapados en ese sentimiento que los
exaltaba, decidieron liberar los instintos más profundos y lo hicieron sin
cuestionamientos ni prejuicios. Su hermetismo y las reservas iniciales poco a
poco se disiparon. Se amaron con pasión, más de la que habían sido capaces de
describir en tantos mensajes enviados. Lo habían soñado maravilloso, pero lo
sintieron mejor. Juntos, una noche.
El desayuno a la
habitación, programado desde el día anterior, los trajo del sueño profundo.
Somnolientos compartieron el primer café del día sin dejar de mirarse, el
brillo de la noche anterior empezaba a diluirse. Todo parecía imposible. Se lo
habían prometido.
- Me dijiste que solo sería un encuentro, pero…
- Nada. Fue lo que fue y en cuanto salga de la
habitación dejará de ser.
- Es más de lo que pensé. No eran solo
palabras.
- Te lo dije antes. No quería cruzar los límites de
la piel, retornar es difícil.
- Bien... -le
dije sin dejar de mirarla.
Se duchó. Le dio un beso en calma absoluta, uno que renovó la emoción y se despidió. Regresó a su casa con sus hijas y él volvió a la suya, a seguir organizando su próxima boda.
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