Viaje en el tiempo


En la sosegada calma del finde, tras una semana intensa de poco tiempo libre, entré una vez más en espiral, girando alrededor de mis recuerdos y emociones. La noche, el insomnio y tantos días ya sin ver estrellas, sin sentir el olor de la lluvia, ni ver el vuelo de los pájaros, ha hecho que repase mis recuerdos para no olvidar quién fui, y encontrar así alguna forma de enfrentar este mundo y sus angustias, con tantas pérdidas y tragedias recientes. Y es que la crudeza de la vida y lo catastrófico que puede seguir siendo todo me produce miedo y un dolor inmenso, quizá por eso me refugio en lo que tengo cerca y acudo a mi memoria, que, aunque me pone un tanto nostálgica, hace que el corazón se me llene de amor y sonría. 

No sé si se deba a que guardo solo lo que me hace bien, pero mi historia, cada vez menos corta, está repleta de personas estupendas y de buenos momentos que le han dado sentido a todo cuanto soy. Definitivamente, el universo, aunque disparatado, ha conspirado siempre para que tenga presente lo que he disfrutado, para que así, en medio de las sombras de momentos como este, recuerde la alegría e inmensa suerte que he tenido y mantenga la ilusión. 

Desde siempre, en cada etapa de la vida, he construido lazos y vínculos emocionales que valoro como verdaderos tesoros, muy potentes y sólidos algunos; se han transformado, claro, el tiempo no pasa en vano, pero siguen presentes de alguna manera y sin dudar, me han dejado mucho.

Una infancia feliz, al aire libre, con alegres vacaciones rurales, siempre en familia. Planes repletos de carcajadas, música y juegos. Así, sencillos pero memorables, fueron aquellos años con mis primos y con la abuelita y los tíos que tanto nos aguantaron.


Instantes fabulosos de la vida en el cole. Risas, curiosidad, lecturas, conversaciones, clases, y muchas preguntas, no todas con respuesta, prepararon nuestra forma de entender el mundo. Nos divertimos sin igual, dramatizamos un tanto, aprendimos un montón, y justo ahora, por increíble que parezca, tenemos compañía y un invaluable soporte con el cacharrito andando.


Entre tanto, como un auténtico regalo, desde los 7 u 8 años compartimos días muy felices, de jugar sin parar, imaginar como nunca y soñar sin medida. Jornadas enteras de hacer planes, de caminar sin rumbo, de ilusionarnos, escaparnos y crecer. Nos atrevimos a todo y creamos rutinas de miércoles que aun hoy me hacen morir de risa. 
Alegría, libertad, dudas, bailes, copas y muchas fiestas... creo que bailando éramos invencibles, no había quien superara nuestras coreografías. En medio de clases y trabajos, hicimos demasiadas tonterías que nos permitieron reír sin parar y algunas, que por poco no nos permiten contar la historia... de éstas, menos mal, no tantas. Mucho tiempo compartido, y lo mejor, crecimos y nos hicimos adultos juntos, con todo lo que eso implica... mucho amor les tengo.



Conquistamos el frío polar, un poco vulnerables por la distancia y la soledad lo compartimos todo, incluso los kilos que perdiste que curiosamente se alojaron en mí. Una transformación total, y no sólo física, por lo demás. Seis meses intensos y repletos de aventuras y cariño. 
Mis años al sur, comenzar una vida en la mejor de las compañías, años de múltiples aprendizajes y de independencia verdadera. Años de explorar, conocer y amar profundamente. De disfrutar con todo y con nada, de caminar kilómetros, de extrañar, valorar y agradecer. 
En ese tiempo empecé a trabajar y me llené de enseñanzas que todavía atesoro. Desde entonces la vida me ha premiado, porque he tenido siempre quien me inspire y de quien aprender.
Regresar, asumir la vida sin mí pá, perderme un poco y resurgir, siempre acompañada. De la mano de mi má y mi sister que han sido siempre las más valientes y mi polo a tierra, muy bien rodeada. 
Un cambio radical en mi vida profesional, intensidad y compromiso total, mi mejor y peor trabajo en un par de años en los que me agobié y disfruté por igual y del que quedan grandes amigos, peligrosos pero muy queridos.
Comenzar de nuevo en otro lado, uno donde me formé con los mejores, donde fortalecí el carácter a punta de aprendizajes y de algunas equivocaciones y del que ahora tengo amigos del alma. 
Y entre experiencias y aprendizajes, de pronto todo cambió, se transformó por completo. Nació mi peque y desde que supe de su existencia la vida, como la conocía, cambió de extremo a extremo, no ha sido perfecta, pero sí maravillosa y repleta de amor. 
  

Después de once años aún me mira así, hago el ridículo de manera permanente sin mucho importar y tengo mi punto de locura que muy bien conoce.

Y mientras tanto, sumamos pasos a la locura aquella, y con carcajadas estruendosas, algunas angustias compartidas y un sinfín de ilusiones, nos hemos reído y llorado de la vida.
Los esfuerzos por hacer las cosas bien, la intensidad de los pequeños momentos. Las risas y aun aquellos instantes muy difíciles que me pusieron a prueba como nunca, han dejado una huella imborrable y admiración profunda por un equipo de trabajo que trascendió y que cada vez siento más cerca y más mío. 
Sigo conociendo personas estupendas, aprendiendo un poco de todas y compartiendo un camino ondeante que enriquece y del que decido tomar lo mejor.

Y aunque desde marzo el tiempo se me ha escurrido entre los dedos, las dinámicas del encierro también han traído lo suyo, conversaciones interminables, fantasías delirantes y miradas diversas, día a día aprendiendo a vivir en medio de la incertidumbre. 

Mucho amor cabe en mi corazón porque en realidad los quiero a todos un montón. Habrá pues que ignorar el miedo, sacar fuerza, coraje y darle alas a la imaginación mientras nos volvemos a encontrar. 

¡Que la luna y los astros conspiren a nuestro favor y la magia nos acompañe!

Bonus: Agradezco infinito que las redes no existan hace tanto… no he parado de reír viendo fotos, vergonzosas muchas y eso que no tengo todos mis recuerdos a la mano.

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