Febrero toca a su fin
Me gusta escribir lo que me sucede. A veces resulta
que me maravillo con instantes que he vivido, otras que reconozco que una y
varias veces hago muchas de las mismas cosas, y otras tantas, que a pesar de
todo lo caótico y absurdo del mundo que me rodea, logro algo de buena onda.
En febrero hice repaso de mis días con frecuencia,
pero algunos quedaron por ahí, algunos que no quiero dejar en el olvido, así
que vuelvo al ruedo con un poco de lo que ha estado ocurriendo en mi vida, la
cotidianidad cómoda y sencilla.
Fuimos al teatro, a uno pequeño, con pocas sillas y
un público reducido. En medio de un intento de tregua entre dos familias,
estuvimos cerca, muy cerca del elenco, vivimos cada emoción de la historia,
cada gesto y hasta la respiración de los actores.
La ciudad intentó paralizarse una vez más, como
viene sucediendo, sucedió otra vez. De nuevo quede atrapada en un tráfico del
mal, rodeada de caminantes abrumados, desesperados. Experiencia de vida
estresante y caótica, que prefiero no tener que repetir.
También tuve un sueño. Soñé felicidad. Mi hijo de once se despertó por una sonrisa y un abrazo de mi hijo de uno. Solo tengo un hijo, así que fue un encuentro de Daniel con él, sonrientes ambos, encantadores. Me fascinó verlos, me gustaron sus miradas y me llenó de alegría saberlos tranquilos y felices... desde siempre.