Días bonitos

Simplificamos la vida y anduvimos por Boyacá y sus campos, disfrutando atardeceres en la montaña y frente a la laguna. Muy cerca de acá, la vida se nutre de verde y de ella nos aferramos. El plan del finde fue sencillo, pero bastante entretenido: sábado de almuerzo frente a la laguna, tarde de playa nublada y empapada y anochecer oscuro y silencioso en la loma.  Domingo escalada y almuerzo parrillero. Disfrutamos las flores, que crecen silenciosas y alegran el entorno y los pájaros que desde temprano entonan y obligan a despertar. Después de una mañana reflexiva en ascenso, atravesando piedras mágicas, sintiendo la brisa en lo alto de la montaña, reconocimos límites y fronteras con estacas insignes que se vislumbran desde acá y desde el más allá. Para la sobremesa partimos a Pesca, un pueblito desconocido, alegre y dulce. 











Aquella sobresaliente estaca, insignia visible desde lo alto que delimita el terreno Guevara.










Llegó la hora de regresar y escapamos de las campañas políticas que inundan calles y caminos, pero fue imposible ignorar tantos avisos que contaminan y opacan el paisaje.  Inventamos juegos para pasar el rato y el éxito llegó con la historia a varias voces.  De palabra en palabra, cada uno hizo su aporte y el cuento así quedo: Érase una vez un castillo perdido en una jungla tenebrosa, cuyo rey era bipolar y asustaba a sus súbditos y los adobaba con una dosis de ají y arrepentimiento, y los, y las ponía en hibernación para compartir su sufrimiento.  En las noches invitaba a unos caballeros muertos que venían de ultratumba a enfiestarse, y recurrían a morirse de la risa... cuando apareció la parca y señaló el menú, hmmm, dijo, esto está para suicidarse, ven acá, indicó al mesero, oh, tráeme un postre... el postre señalado era súbdito hibernado, la parca tomó los cubiertos y los enterró... y el rey se suicidó del terror.

Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―