CDMX, toda una experiencia

Del colorido antioqueño llegamos, después de un periplo absurdo que recordaré sin documentar, al colorido mexicano. Con bonitos amaneceres desde el piso 13 del hotel en el que nos instalamos, dimos la bienvenida por varios días a intensas jornadas que nos permitieron conocer un tanto de esta ciudad. Monstruosa. Inabarcable. Inmensa.
Con nuestra dosis diaria de potasio disfrutamos días de caminar, mirar, admirar y saborear un poco de la cultura e historia de este país. Ciudad de México está repleta de museos, parques, jardines, plazas, de todo para entretener a cualquiera.
Encontramos, en nuestra aproximación inicial a la ciudad, algunas semejanzas con Bogotá. Sin embargo, poco a poco, la sensación de inmensidad cambió esa percepción. El paseo de la Reforma, Chapultepec, el Museo de Antropología, Coyoacán y su casa azul, el Palacio de Bellas Artes, en fin, de todo para todos los gustos.
Guiados por nuestra curiosidad, las recomendaciones y la intuición, seleccionamos algunos de los lugares más turísticos y otros no tanto, y en todas las visitas encontramos algo que sugiere historia, cultura, sucesos muy interesantes. Visitamos las pirámides de Teotihuacán, monumentales y asombrosas, y las sobrevolamos en globo.  Nos sentimos en una nube, fue una experiencia maravillosa y emocionante, aunque el fuego atemorizó un poco a mi chiqui.
Fuimos testigos de la locura que despierta la rosca de reyes, sin entender mucho el porqué. En la tele, en la calle, en el hotel, por todos lados había rosca, la ofrecían, la vendían, invitaban rosca de todos los tamaños y, la verdad, no parecía tan rica. Pero suponemos que compartirla tiene su encanto.
Probamos un poquito de esto y un tantito de aquello, una salcita por acá, las góticas de limón por allá y... caímos en “desgracia”, una vez más, al parecer, bacterias desconocidas echaron a perder lo saludable del paseo.  Por fortuna, esta vez, fue cosa de un día y ya.
Al llegar al Zócalo por primera vez tuvimos la impresión de estar frente a algo no solo inmenso sino, enérgico e increíble.  Los alrededores están repletos de gente que a ritmo vibrante y con demasiado bullicio irrumpen en el ambiente. Una cosa de locos. Anduvimos por muchos lugares con arte callejero, de todo tipo: galerías fotográficas al aire libre, calles coloniales, atmósfera bohemia y puestos de comida por doquier.
En nuestros recorridos improvisados encontramos barrios con librerías o cafés al doblar cada esquina. Me encanta ojear relatos que otros cuentan y, sin dudarlo, mi bebida favorita es el café, total, pura felicidad.
El Museo Nacional de Antropología es sencillamente fantástico. Cada pieza cuenta una historia y sorprende.  Está muy bien organizado y es muy agradable recorrerlo. Coyoacán, célebre por el museo de Frida, nos gustó bastante. Parece un pueblito de novela. Hicimos fila para entrar al museo, corta pero duradera. Nos gustó, sí, pero jamás imaginamos que para ver los autorretratos, las famosas patillas y los objetos de la vida cotidiana de Frida, íbamos a tener que esperar más de dos horas en la puerta… Pfff.  Me encantaron los espacios de la casa, los colores, algunas de las leyendas que se leían por ahí, lo intenso de la vida y la mirada de Frida en sus obras.  Valió la pena, claro. Sin embargo, después de tanta demora para entrar,  quedamos sin ánimo de intentar la visita al museo de Diego Rivera.  Será para una próxima oportunidad.
Chapultepec, su bosque, el castillo, los caminos y las horrorosas ardillas que deambulan por allí, es de no creer.  El pulmón, la selva misma, en medio de la ciudad. El Palacio de Bellas Artes, visto desde arriba, en la Torre Latinoamericana; de frente desde la Avenida Juárez, adentro, es precioso.  Tiene un atractivo indiscutible. Los pequeños mundos de Kandinsky que encontramos, y los murales que decoran el edificio, bien merecen la visita. 
Incluso, pese a no tenerlo dentro del plan, nos animamos a visitar la Basílica de Guadalupe y las iglesias que conforman la zona y también fue una bonita experiencia. No deja de causarme curiosidad la fe de la gente, estar allí y ver tanta devoción me conmovió.
Los libros, cartas y juegos en la Frikiplaza fascinaron al peque, un tesoro descubierto de improviso.  Igual ocurrió con el acuario, aun cuando después de disfrutarlo, me atormentó el cautiverio.
Se terminó, pero regresé agradecida y feliz. La primera semana del año se traduce en un puñado de bonitos instantes. Días intensos, difíciles de resumir o contar con palabras. Hemos de volver.

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