Derretidos en NYC

Altas temperaturas, humedad excesiva y gente en cantidades fueron la constante durante nuestra estancia en Nueva York.  También emoción, asombro, cansancio y muchas risas.

Sin duda, una vez más la ciudad entera nos sorprendió. Aunque todo parece igual, caminar las calles de siempre con el peque fue fantástico y conocer otras nuevas, muy entretenido. Desde la entrada a Grand Central, pasando por los muelles y las pausas musicales y alimenticias en Bryant Park, todo anduvo muy bien. Identificar los edificios insignia, subir al One World en 47 segundos, descubrir que cada edificio es más imponente que el otro, divisar el Chrysler y la estatua de la libertad, recordar viajes anteriores, entrar, salir, pasear una y otra vez el Central Park fue estupendo.

Recorrer y fotografiar el museo de historia natural fue una gozada total, y bueno, experimentar atracciones "extremas" en Coney Island a pleno sol, ya son palabras mayores.  No sé aún que fue más divertido, las luces de Times Square o la selección de chocolates en las tiendas de M&M´s y Hersheys, demasiado color y suficiente azúcar para cautivar a cualquiera. Los trayectos por el High Line y el puente de Brooklyn no nos los podíamos perder y la entrada a tiendas y restaurantes en Chelsea Market, tampoco.  Librerías varias que descubrimos y cafecitos discretos y alejados de las multitudes que encontramos por ahí, fueron oasis que nos salvaron de desfallecer por el calor y el frenesí.

Planes decididos de improviso, recorridos elegidos sobre la marcha, dependiendo de la temperatura y la afluencia de público, nos permitieron disfrutar una vez más esta ciudad, que aunque podría estar radicalmente más limpia, siempre tiene mucho que ofrecer.

Aunque no fue fácil, decidimos obviar la suciedad de las calles y de las estaciones de metro, que eran definitivamente un asco, el mal comportamiento de los ciclistas y el bullicio de propios y extraños y quedarnos con lo que nos gusta... Ver habitantes del mundo entero en un solo lugar, todos los idiomas y culturas al alcance de la mano, espacios creativos por doquier, la amabilidad de la mayoría, en especial con los niños, y la facilidad para hacer lo que se antoje.

Para destacar:

Central park.  Mi favorito, visitarlo siempre es el mejor de los planes. Esta vez con mi chiqui fue sensación total. Todos los días, a cualquier hora, algo que ver. Lo mejor, los helados disfrutados aquel día con música brasileña de muy buena calidad, finalizando una jornada lo más de lo más.

Paper factory.  Después de la agitación diaria y del calor, apreciamos bastante llegar a nuestro hotel de techos altos y decoración fascinante. Perfecto para descansar en calma y paz.

Coney Island. Nos aventuramos a visitar el extremo de Brooklyn. Fue un viaje largo y movidito, con interpretaciones de Danowarrior en el metro. Llegamos antes de que comenzara el revuelo y fuimos felices en varias atracciones que nos hicieron reír y gritar de entusiasmo. Emoción y carcajadas junto al mar.

Claro, hay fotos para recordar... Dejaré por acá una muestra, numerosa, no muy cuidada en la selección. Son cientos, no es una labor fácil.


































Y tanto más... Amo este tiempo en el que solo vemos los instantes transcurrir de manera tranquila. Divirtiéndonos, aprendiendo, riéndonos con bobadas. Dejando que el sol nos dore un poco, que el viento nos despeine, que las preguntas sin respuestas del peque nos abrumen, que los helados nos engorden, que el calor nos deje pegajosos, que la música callejera ambiente nuestras pausas.

Historias, emociones, recuerdos estivales que terminan con un "hogar, dulce hogar", porque lo mejor siempre es llegar. ¿Preparada para lo que viene? No. ¿Mucho que hacer al respecto? Tampoco. Enfrentar no más que la vida sigue y es hora de volver a trabajar.


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Sin rumbo fijo

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