Magníficos días de sol


Días ambientados con azul y sol brillante. Brisa ocasional, arena blanca, muchas olas y agua salada. 

La vida pasa en un segundo y cuando menos nos damos cuenta, la rutina aplastante se lleva todo por delante. Conviene entonces hacer una pausa. Recargar pilas, aunque sea por unas semanas, y compensar las locuras habituales, que últimamente abundan por estas tierras, con algo de calor y entorno caribeño.
Contentos, muy emocionados y bastante cansados, partimos al que sería nuestro refugio por una semana.  Por cosas de la vida Pancho no pudo acompañarnos, pero con mi má y el peque tuve un súper parche de vacaciones. 
El plan era simple, nada elaborado. Libertad absoluta para descansar, queríamos hacer nada y a eso nos dedicamos. Días de contemplación.  Estuvimos al sol y al agua, disfrutando el mar, la explosión de colores y el calor que al cuerpo se pegaba. Aunque así fue todo el tiempo, también tuvimos nuestro instante invernal, claro que sí.  Una tarde, de repente, el cielo se volvió plomizo, las gotas empezaron a caer lentamente y en cuestión de un suspiro, comenzaron a golpear furiosas y el aguacero comenzó. Breve y refrescante. 

También, dedicados a disfrutar reposadas, lentas y relajadas jornadas, un día dimos cabida a una pequeña interrupción. 
A primera hora después del almuerzo atravesamos el hotel para llegar a tiempo a  hacer un recorrido en paracaídas sobre el mar. Nos encantó el plan. Desde la subida a la lancha que nos llevaría al punto exacto en medio del Caribe comenzó la aventura.  Luchar contra la ola inicial sin morir de infarto fue proeza, saltar y tragar agua salada mientras arribamos a nuestra otra embarcación, fue una hazaña más. Nuestros navegantes eran dominicanos, pero ante tantos turistas extranjeros parecían haber olvidado el español y prefirieron sumarnos a los demás pasajeros y con escasa elocuencia, dar unas breves e incomprensibles instrucciones en inglés. Total, mi peque y yo fuimos los primeros, los más valientes, sin opción de arrepentimiento quedamos colgados de un par de correas y empezó el ascenso. A no sé cuántos metros de altura la vista de la playa y de las miles de palmeras fue preciosa, por supuesto, el color turquesa del mar ya era otro nivel. Algo espectacular.
Aunque poco hicimos, también tuvimos nuestro intento por salir a conocer los alrededores, sin mucho éxito visitamos un pequeño centro comercial. Encontramos un local pequeño, justo al lado de una fábrica de chocolate. Ideal para una entrada no tan rápida a catar variedades de cacao caribeño. Amargo, con leche, con nueces, delicioso. Todas su formas y sabores, incluso con bebidas fresquitas. Ese fue nuestro único lugar de compras.
Y sería poco más. Días de pasar en remojo, cerrar los ojos y flotar. Muchas risas saltando olas, y bastantes calorías, por el descontrol de las grasas saturadas, el derroche de azúcar y de unas cuantas copas.


























No solo nos trajimos puesto el calor, también "algo" de color y por supuesto, unos varios miles de gramos extra.
... Y se acabó.  Final, final no fue más.  Llegó la hora de regresar.




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