Instante de
felicidad
Dar rienda suelta al impulso
al levantarme, estirarme mucho, poner el pie derecho al salir de la cama.
Hervir el agua, moler el café, mezclar, filtrar. Freír un par de huevos, con la
yema blanda, pero bien hecha. Dorar una arepa, ponerle queso, poco, sin
exagerar. Pelar el mango, partir un trozo de piña, ponerle banano y agregar un
par de uvas. Servir y disfrutar. Mejor en compañía, mejor cuando lo encuentro
todo servido, mejor si tengo tiempo para tomármelo con calma, pero es día
laboral y mis chicos están de vacaciones. Es lo que es y tampoco es que esté
mal, me queda rico.
Instante de
madurez
Dosificar los arrebatos.
Encender la conexión neuronal que activa la prudencia antes de doblar una
esquina y de cruzar una calle. No sucumbir al impulso y apostar por la
convivencia. No amargarme en exceso por lo mal que está el andén, los andenes,
las calles, la ciudad entera, por lo horriblemente mal que funcionan muchas
cosas. Sortear con pericia la basura desparramada que alguien ha dejado en
punto en medio de la ruta.
Instante de humildad
Descubrir que la que un día consideré información irrelevante que mi cerebro descartó, se ha convertido ahora en muy importantísima. De repente me dicen monstrencos, guarismos y yo digo lo que pueda. Sigo en aprendizaje, avanzo lento, o no, tal vez normal, quizá, incluso, a buen ritmo. Pero todo parece un caos monumental, día sí y día también, y creo que no debería.
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