sábado, 6 de julio de 2024

Cosas que me digo cuando acaba la semana

Miro el cielo y pienso que no voy a escapar por un golpe del destino, tampoco lo haré por decisión propia, al menos no a esta altura... Acabo de llegar. Será un día a la vez y estará bien. A las nubes parece quedarles fácil desprenderse, se sueltan sin complicación aparente, solo fluyen y siguen su camino. Las envidio un poco.

El café del jueves, corriendo, con risas ligeras, oyendo planes... estuvo divertido, tanto que casi me subo a una moto para el regreso a casa; y la cena de ayer, actualizándonos, desahogándonos, riéndonos y confabulando, fue oasis refrescante en medio de la semana y sus labores. Sin compañía hogareña todo cuesta un poco más, pero nada es tan grave y mucho menos terrible, solo parece aburrido, muy aburrido.

La gente, sus gestos, voy aprendiendo. El tiempo, los detalles, lo importante. Caras de tedio, de dificultad, incluso un poco de amargura. Está todo ahí, en un piso sexto. Seguro cambia pronto y tengo otra percepción en breve. Puede ser. No vale que me detenga en algunos asuntos, imágenes que mejor paso por alto. Me aturden un poco la desidia y la pereza, pero no los culpo, cómo hacerlo, solo giran en mi cabeza esos instantes en que quisiera hacerlos reaccionar de alguna forma, de muchas maneras. No me quiero quedar nunca quieta, pero quizá dejo de mirar donde no miran los demás.

Tal vez lo mejor sea concentrarme en la ruta, percibir la emoción de aquellos que van cerca en el camino... los que ya empiezo a ver a diario. El señor que barre siempre su anden antes de abrir la tienda. Es simpático y deja impecable su espacio. Lo cotidiano me gusta a veces, reconozco caras, expresiones, la fugacidad cuando me cruzo con algunos... Hay un poco de todo, creo que incluso, con la perspectiva adecuada, los andenes rotos parecen arte.



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