Allá llegué

¡Alcancé las nubes otra vez! Solo existen instantes porque siento que ahora el tiempo se diluye... así que exigiéndole a mis piernas y llenando de aire mis pulmones, aproveché la mañana de sábado y emprendí la ruta nuevamente.  

Antes vivía al sol y al agua, pero ahora sí terminé de asilvestrarme por completo, lo mío parece ser la ruralidad. Quizá me he relajado demasiado, pero me encanta esto del campo, me fascina además ascender y por acá quiero quedarme otro tanto haciendo fotosíntesis. 


Subir hasta el lago fue breve, lo sentí sin cansancio, poca gente en el camino, algunos pájaros conversadores y unos cuantos perros agitados percibiendo mi presencia, seria todo. La montaña en todo su esplendor solo para mí... incluso pocos ciclistas, no más de cinco en todo el trayecto. Disfruté el susurro de las hojas, el paisaje ondulado y amable con algo de sol y una ligera brisa ocasional. Sin embargo, el último tramo, esos poco más de tres kilómetros, exigieron todo de mí... agotada, haciendo pausas de vez en vez, respirando todo cuanto podía, intentando ver y clasificar la profusa variedad de florecillas silvestres, llegué.  Me costó, pero llegué. 


De nuevo me sentí feliz y orgullosa de mi.  Noto que el ritmo es muy pausado y que lejos de convertirse en el ejercicio que me transformará en iron woman, es mi momento de relajación absoluta. Me encanta que los latidos del corazón retumben con el último esfuerzo, sentirme viva y maravillada por tantos verdes y disfrutar entre las nubes mientras recupero el aliento, es ya otro nivel, mi nivel zen.
La tarde del día estuvo linda también, la sobremesa del almuerzo se llena de historias de los paseos de la mañana... unos en bici también en ascenso, viéndolo todo, esforzándose mucho y quejándose un poco y yo... en solitario, pero con mucho que contar igual.  Nuestro mundo no se extiende mucho más allá del cerro que nos lleva al Tablazo o de los caminos del Valle, pero nos gusta.


Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―