En junio hubo varios
planes, emociones memorables que ayudaron a vivir, a sobrellevar este mundo en
el que a veces parece reinar el odio y la basura. Muy lejos, los asuntos
nucleares, los bloqueos, el hambre; muy cerca, los atentados. El mundo mostró
un panorama tremendo, abrumador, repleto de mezquindad. El país, por supuesto,
no fue ajeno, también aportó su trozo de maldad.
Junio fue telúrico y
convulsivo. Pero el trabajo, por fin, dio algo de tregua. Al menos pude
quedarme en la cama más allá de las 5:00 a.m., varios días. El cuerpo lo supo,
y el reloj lo confirmó. También logré ver a amigos que tenía en pausa; hablé
con otros que siempre están presentes, pero que, con estos ritmos, no se ven
mucho.
Junio se transitó con
ritmo interior, entre la intuición y la duda, asomándome por la grieta entre lo
imaginado y lo escrito, lo planeado y lo hecho. Quedaron, como últimamente
ocurre, tareas a medio hacer. Ya no me atormenta el asunto. Es así. El tiempo
es breve, y lo será cada vez más. Hubo días en que me costó la verticalidad, la
calle, el ruido. Otros en los que ignoré la impertinencia del tiempo, del
viento y del acontecer.
Junio tuvo días con
sonidos particulares, con un pulso, una cadencia casi secreta que parecía
invitarme a salir de mí misma. Avanzar en la ruta y descubrir un instante de
silencio callejero es magia pura, suerte cósmica. Pasa algunas veces, y me
gusta ser consciente de ello. También de los pájaros que cantan en la tarde, de
los que dan serenata al amanecer con sus trinos encantadores y perfectos, y de
los que suben el volumen después de la lluvia. Me gusta también el sonido de la
lluvia, la armonía que producen las gotas al caer sobre las hojas, al golpear
la ventana, al llegar al piso. El mes tuvo muchos días de lluvia: intensa,
intermitente, larga. Al anochecer, en la madrugada, después del almuerzo
durante toda la jornada.
Terminé junio, a ratos
confundida, otros aburrida y, la mayor parte del tiempo, cansada, pero tranquila.
Contenta y agradecida. Estoy reaprendiendo a vivir bonito, la única manera que
se me da bien. El mundo ya es demasiado caótico y desordenado, así que quiero
seguir encontrándole su lado amable; aferrándome a mis instantes de buena
suerte, que son muchísimos. Y, bueno, dudo que desde las alturas encuentren
forma de corregir el rumbo, así que nos toca “cada uno, cada uno”.
En junio abandoné los quehaceres mundanos y extrañé todos los pasos que no di, pero mientras sigo el hilo de mi historia. Me tomo una copa, preparo un café, repaso fotos, descubro pequeñas conquistas y, además, también sospecho que el horóscopo tiene razón más seguido de lo que la ciencia aprueba, cuando me conviene.
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