lunes, 17 de febrero de 2025

Lunes de baja intensidad

De todas las cosas increíbles que deja la lluvia, mi favorita favoritísima, además del reverdecer de los prados y la recuperación de los embalses, ciertamente muy necesaria, es ver cómo todo se aquieta y el aire adquiere una frescura única. Aunque salimos de casa con un cielo muy gris, completamente cubierto y frío, poco a poco las nubes fueron abriendo paso a pálidos rayos de sol y después de dejar al joven en el cole, saltar charcos y evitar baldosas sueltas, me encontré pensando en cómo las ideas flotan sin esfuerzo, como si la lluvia hubiese despejado algo más que el aire. Me puse cursi mientras oía dilemas de difícil solución en un podcast que me entretuvo por algo más de seis, quizá siete, kilómetros.

Ahora, después de una ducha helada y revitalizante, intento volver a la labor. El brillo de la pantalla del teléfono se refleja en la mesa, sirvo el café y siento un ruido que parece el único detalle relevante, y todo se percibe un poco más luminoso, aunque solo porque no hay mucho más en qué pensar. Prendo el compu y aparece el correo de siempre, las notificaciones que no paran, mucho spam, organizo mi agenda de la semana, esos proyectos que no terminan de arrancar. Las minucias cotidianas se acumulan y hago lo posible por ignorarlas… hasta que el peso de todas ellas se haga insoportable. Lo sé. Mala decisión. Pero parece que si no es bajo presión no me resulta… si no es porque la fecha de entrega es ya, ya, no avanzo. La fecha de entrega ya fue, pero no todo depende de mí…

Y mientras tanto, el sistema sigue su marcha, ajeno al hecho de que el país se cae a trozos. El escenario político acá y en muchos otros sitios además de monstruoso, es desastroso. Pero no basta con cambiar unos personajes aquí y allá. La salida no siempre es tan fácil, claro. Funciona así para todo, o no funciona. Si hay motivación, todo parece encajar: habrá felicidad, habrá empleo, y tal vez todo tenga una solución clara. Pero, en realidad, lo que se mueve en el fondo es mucho más complejo. Un pasado determinado, el de la violencia eterna de este país desde los años mil seiscientos, mucho antes, incluso; haber crecido con o sin afectos, con o sin seguridad, tener unas condiciones de salud determinadas, una sociedad sana o enferma, un paisaje concreto... todo eso incide en el curso de las cosas, de una forma que a veces pasamos por alto. Pasa con cada ser, con cada país.

Estaba cursi, ahora estoy existencial.  Serán los libros de la mesa de noche del joven, todas sus dudas, sus preocupaciones adolescentes. Qué sé yo. Todavía en el compu, reviso la hora: las diez menos veinte. Pienso que ya es tarde. Aunque no sé tarde para qué… para todo, supongo. El cielo se agranda, tenso, está curioso. Intento recordar las calles bajo la lluvia lejos de acá. No lo recuerdo.

Me asomo a la ventana… Un rayo de sol se desliza con dureza, no es suficiente para calentar el ambiente.  Lloverá otra vez. Me temo que la luz desmesurada y ardiente de la semana no vendrá del entorno, la única luz que palpite con fuerza, al menos hoy, será del compu recordándome que debo ponerme a trabajar.

Nada lo acecha. Nada lo inquieta. El gato se queda inmóvil, en su mundo de silencio.
Y el humano, el fin y el principio de todo, se pierde en las sombras de lo que no sabe calmar.


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