De todas las cosas increíbles
que deja la lluvia, mi favorita favoritísima, además del reverdecer de los
prados y la recuperación de los embalses, ciertamente muy necesaria, es ver
cómo todo se aquieta y el aire adquiere una frescura única. Aunque salimos de
casa con un cielo muy gris, completamente cubierto y frío, poco a poco las
nubes fueron abriendo paso a pálidos rayos de sol y después de dejar al joven
en el cole, saltar charcos y evitar baldosas sueltas, me encontré pensando en
cómo las ideas flotan sin esfuerzo, como si la lluvia hubiese despejado algo
más que el aire. Me puse cursi mientras oía dilemas de difícil solución en un
podcast que me entretuvo por algo más de seis, quizá siete, kilómetros.
Ahora, después de una
ducha helada y revitalizante, intento volver a la labor. El brillo de la
pantalla del teléfono se refleja en la mesa, sirvo el café y siento un ruido
que parece el único detalle relevante, y todo se percibe un poco más luminoso,
aunque solo porque no hay mucho más en qué pensar. Prendo el compu y aparece el
correo de siempre, las notificaciones que no paran, mucho spam, organizo mi
agenda de la semana, esos proyectos que no terminan de arrancar. Las minucias
cotidianas se acumulan y hago lo posible por ignorarlas… hasta que el peso de
todas ellas se haga insoportable. Lo sé. Mala decisión. Pero parece que si no
es bajo presión no me resulta… si no es porque la fecha de entrega es ya, ya,
no avanzo. La fecha de entrega ya fue, pero no todo depende de mí…
Y mientras tanto, el
sistema sigue su marcha, ajeno al hecho de que el país se cae a trozos. El escenario
político acá y en muchos otros sitios además de monstruoso, es desastroso. Pero
no basta con cambiar unos personajes aquí y allá. La salida no siempre es tan
fácil, claro. Funciona así para todo, o no funciona. Si hay motivación, todo
parece encajar: habrá felicidad, habrá empleo, y tal vez todo tenga una
solución clara. Pero, en realidad, lo que se mueve en el fondo es mucho más
complejo. Un pasado determinado, el de la violencia eterna de este país desde
los años mil seiscientos, mucho antes, incluso; haber crecido con o sin
afectos, con o sin seguridad, tener unas condiciones de salud determinadas, una
sociedad sana o enferma, un paisaje concreto... todo eso incide en el curso de
las cosas, de una forma que a veces pasamos por alto. Pasa con cada ser, con
cada país.
Estaba cursi, ahora
estoy existencial. Serán los libros de
la mesa de noche del joven, todas sus dudas, sus preocupaciones adolescentes. Qué
sé yo. Todavía en el compu, reviso la hora: las diez menos veinte. Pienso que
ya es tarde. Aunque no sé tarde para qué… para todo, supongo. El cielo se
agranda, tenso, está curioso. Intento recordar las calles bajo la lluvia lejos
de acá. No lo recuerdo.
Me asomo a la ventana…
Un rayo de sol se desliza con dureza, no es suficiente para calentar el
ambiente. Lloverá otra vez. Me temo que la
luz desmesurada y ardiente de la semana no vendrá del entorno, la única luz que
palpite con fuerza, al menos hoy, será del compu recordándome que debo ponerme
a trabajar.
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