Muchas gotas de
pasiflora derivaron en una actividad onírica sin precedentes. Protagonicé
colosales aventuras atravesando las grandes avenidas de Paris, entrando a sus
múltiples tiendas glamurosas, acostumbrada a su lujo, a sus palacios. Mientras paseaba
alegremente era, por un instante, la persona más segura de sí misma, la más
arriesgada, sin temor a nada. Entregada sin límites a un estado de asombro
constante. Aquello fue fabuloso. Después, abruptamente me encontré tendida en
mi cama, en la sencillez de mi hogar, pero logré un abrazo fuerte y qué mejor!
Me levanté un poco más
tarde que de costumbre, sin ganas de arrancar el día. El pelo enredado, lo
recogí rápido, sin pensar en cómo quedaba. Abrí las ventanas, las de los tres
cuartos, a la vista los mismos edificios, algo de cielo y el ruido de la calle
que iba silenciando los pájaros. Alimenté a las plantas y me detuve un instante
a ver los pequeños brotes de la orquídea. Desayunamos.
De la experimentación
y la emoción de la noche intensa en los mejores barrios parisinos, pasé al
recorrido habitual de la mañana, con cielo despejado, con calles destartaladas
y andenes remodelados. A veces, con grafitis e instantáneo aroma a marihuana.
Me alejé varios kilómetros
de la casa, me detuve en algún parque. Recordé el waze del último taxi en el
que subí, hace unos días, uno en el que tras cada instrucción del GPS para
llegar a destino, sonaba con voz profunda una recomendación sobre la
respiración:
- “En 100 metros, gire a la derecha,
aproveche para relajarse un momento"
- "Continúe recto por 200 metros,
respire tranquilo, sienta el aire entrando a sus pulmones… está en el camino
correcto"
De alguna manera parecía que el conductor se había despojado de toda angustia. Entonces respiré también, en la ruta del taxi y en el parque. Respire tan profundo que el desconcierto y la sospecha se deshicieron. Las dudas también. Regresé.
Sigue siendo miércoles, son las 6:32 pm y además de notar que la espera no termina de acabar, el tedio no se disipa nunca del todo y la soledad no hace más que aumentar la distancia de algunos que mucho quiero, también descubro que tengo el alma ahogada por un nudo, la boca atrapada en un silencio pegajoso, la existencia pesada como una niebla espesa. Estoy llena de vacío, sin nada que buscar, ni que querer, ni que esperar: sin rumbo. También eso, todo eso. Habrá sido la pasiflora de anoche o la marihuana de la mañana? Quizá mejor me retiro a respirar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.