Reflexiones en desorden, recuento reciente, caos mental. Lo de siempre, nada más.
En ese estado de
adormecimiento que surge cuando voy de regreso a la casa, en el transmi, viendo
y no viendo por la ventana, y que acaba convirtiéndose en cápsula de ideas
geniales que se evaporan una vez llego a destino, he pensado… he recapitulado.
Hace rato no me daba
vuelta por X… había ignorado un poco el acontecer, estuve sumergida en mi esfera de
fantasía por unos días. Definitivamente era mejor. Hoy, en la pausa de
mediodía, abrí por curiosidad a ver qué ocurría… Y bueno, me temo que reducir
la complejidad del país a los titulares de los medios y de las redes no es
sólo una simplificación, es una forma de distorsión activa. Pero lo que se muestra (y
lo que no) crea una ilusión de comprensión que embrutece y el tema no es
accidental. Se fomenta. Se nutre. La gente cree saber, cuando en realidad sólo
repite. No logro entender por qué todos tienen que comentar y opinar, por qué
todos asumen sabiduría.
La maquinaria es amplia, por supuesto, las redes sociales premian la reacción inmediata, la publicidad ocupa el espacio de la reflexión, el gobierno se alimenta del ruido para esconder su podredumbre. Sí, el entretenimiento constante, el me gusta inmediato, ha reemplazado la incomodidad del pensamiento, del mínimo esfuerzo para entender. En masa, solo se ve eso. La información ya no informa. No estoy convencida de que antes sí lo hiciera, pero creo al menos que todo se procesaba un poco más. Ahora, navegamos un paisaje hipermediatizado, convencidos de que estamos despiertos, cuando en realidad flotamos (ciegos) en una burbuja de estímulos. Lo sé. Duele. Así es la realidad.
Mejor vámonos a ayer. Estuvo bonito. En
medio de una almuerzo sabanero, rico, delicioso, al sol, fijando vitaminas, hablamos de cromosomas y de la Virgen. Más allá de que buena parte de la
conversación podía decidirse ajustando mejor el alcance del Espíritu Santo, el
episodio volvió a traer a la luz el rol de la religión en la existencia humana.
Entendimos, una vez más, que todo lo que se mire de cerca termina mostrándonos
algo de nosotros mismos. Sigo creyendo que si uno se mete de lleno en algo —sin
reservas, sin protegerse—, sale cambiado. Más marcado, más claro, y un poco transformado también. Bueno, eso
último, ni nada parecido, lo concluimos. Pero repasando la conversación, los
libros que salieron a la luz, lo pensé. Otra vez. No hay una respuesta
sencilla. No hay consuelo en certezas absolutas. Hay ruido, confusión,
contradicción. Persiste la necesidad de
entender, de encontrar un lugar, un sentido, aunque nunca termine de
resolverse.
Hablamos de muchas
otras cosas, de paseos, los hechos, los imaginados, los programados. Es uno de
nuestros temas favoritos. No es cuestión de elegir uno u otro destino, sino de
vivir con la ilusión de disfrutar de muchos.
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