Nos enamoramos, no lo necesitábamos, pero fue inevitable. Ahora no quiere irse, quiere volver, estar más, quedarse… Quiere seguir estando aquí. Aferrándose a esas emociones que produjo para que sigan en mí. Su alegría, mi ligereza. Que no se vayan todavía. Me envuelve con su pasión, su sensibilidad, su mirada, su entrega. Me sumerge en su abrazo procurando evitar el gran vacío que quedará después de esta experiencia ilusionada, convulsa y colorida. Me repite una de las tantísimas palabras que ha inventado para mí. Quiere estar seguro de que me las aprenderé. No las olvidaré. Volvemos a los instantes fugaces, a su vida, a la mía. A las alegrías más inesperadas. Mientras tanto nos levantamos, nos separamos un poco serios, resignados y mayores, tal vez incluso nostálgicos, melancólicos por una forma de estar que se diluirá con la distancia. Me susurra algo sobre el futuro, ese sobre el que no se puede saber nada. No hay nada que saber.
Sucesos que llenan mi mundo: momentos en los que disfruto, me sorprendo, reflexiono, invento. Instantes que quiero atesorar para que cobren vida cuando sea necesario.
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