A veces siento que
necesito mucha más concentración de la que soy capaz de lograr cada día. Me
gusta salir de la city y estar más despejada, tener más tiempo para mí sin
ruidos exteriores. El apto
acomoda la realidad a los sonidos del barrio. Autos, perros, domiciliarios,
compradores de cosas que no se usan, vecinos. Cada eco me desconcentra. Acá los
sonidos son más amigables, aunque también me pierdo, ocasionalmente, buscando
de dónde viene el canto de los pájaros, identificando dónde está arando el
tractor que se percibe, otras, me duermo. Hoy caí profunda después del almuerzo
al sol. Lo que iba a ser una pausa de veinte minutos se extendió por casi tres
horas. Tal vez más. Me recosté pensando en querer dedicar la vida a los líos
habituales de Rostov: A cenar, conversar, leer, reflexionar… cerré
los ojos y caí en un exquisito sueño, en el que parece recuperé un poco la
falta de descanso de ayer.
En la mañana anduve dando vuelta. Tomé algunas fotos. Encontré flores resplandecientes en tonos suaves y saturados, como pequeños tesoros de colores, una mezcla de pétalos de lirios, brotes de margaritas y hojas de violetas esparcidas entre la hierba. Y ahora salí un rato a ver el cielo. Las nubes bailan, se amontonan, empujan el viento, el viento las empuja de vuelta. Estallan. Se hacen agua. A ratitos aparece de nuevo el sol, pero está ya ocultándose. Ha regresado la lluvia, vuelve el frío, el viento intenso se instala, suavemente. Y así, el sábado se va, se escapa entre los últimos rayos del sol, deslizándose presuroso. Y así, me preparo también, no escaparé, solo me iré de plan David Lynch.
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