Con lentes

Hoy salí con gafas. Cuando recuerdo que debo proteger mis ojos del viento y el polvo de la calle siempre uso lentes oscuros, pero hoy me confundí de estuché y saqué los de la miopía severa que a diario paso por alto. El panorama cambió. Ver las sonrisas o los gestos de los transeúntes con nitidez parece otra historia. Incluso en los semáforos, en lugar de desesperarme porque no cambiaban rápido, decidí ver las nubes. Estuvo lindo. Me gusta el cielo, mitad despejado, mitad repleto de nubes que se mueven lento. Parece que no ver bien ha hecho que mi comprensión de la realidad sea insuficiente y limitada. Casi no lo percibo, pero nunca había estado caminando en la calle con mis lentes, sentía que la perspectiva cambiaba, me daba algo de mareo, y, de repente, hoy tuve como una ráfaga que me recordó cómo eran las cosas antes, cuando mis capacidades oculares eran otras. Cada mañana es distinta, aunque parezca la misma. Las imprevisibles variaciones atmosféricas le dan un toque de asombro al recorrido. Todo parece en orden, el caos de siempre que se vuelve rutina y se organiza a su manera. La multitud que aparece en una esquina cuando llega el bus, muchos bajan, algunos suben. Los vendedores de café muy informales, con sus clientes de siempre que toman la taza de la misma forma, algunos fuman, otros se protegen del frío que yo dejo de sentir cuando he avanzado 200 metros desde la salida de casa. También los puestos de arepas, desayuno pro a mitad de calle, fruta, huevos, la oferta incluye hasta chocolate en leche. Toda una osadía que por menos de 5.000 los deja con lo necesario hasta llegar al almuerzo. Avanzo descubriendo los sonidos de la ruta y también los andenes imperfectos, hago pausa hídrica, llego, sonrío, saludo, y listo, ya puedo empezar labores.