Un solo día. Un
sábado, mi favorito de la semana. Un respiro lejos de la rutina oficinística,
del celular que exige, del deber de estar siempre disponible.
Los pájaros
amanecieron eufóricos, rompieron desde muy temprano el silencio del alba. El
viento llegaba frío desde el páramo, limpio, filoso. Me fui de ascenso acompañada
solo por mi respiración —desacostumbrada aún por la quietud de los últimos
tiempos— y por el late late de mi corazón. Por cierto, me gustó sentirlo tan
fuerte. También me gustó la sensación de libertad al correr loma abajo, en
pequeños tramos, con el viento silbando a mi alrededor y ese inconfundible olor
a eucalipto. En el camino, comí moritas silvestres. Y, por simple torpeza,
también me enterré en el barro.
En el páramo no
pienso. Solo camino. Dejo que el viento me despeine, me enrojezca la cara, me
borre el ruido mental. Me abrigo, me desabrigo, me vuelvo a abrigar. Trepo
entre piedras húmedas, respiro el olor a tierra mojada y a bosque, me siento en
una roca a contemplar.
Regreso. Tomo vino a
sorbos lentos… casi nunca siento que tengo todo el tiempo del mundo, pero a
veces sí. Pan de masa madre, hecho en casa, queso, el cuerpo quieto, el alma
ligera. Ja. Un sábado para ser, estar, y recibir mucho amor todo el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.