Mientras mi mente
viaja al tiempo en el que los teléfonos sonaban, cuando oía voces y no leía
mensajes de texto, mientras recuerdo el esfuerzo que implicaba grabar un casete
con canciones que me gustaban, y paseo por todo tipo de cosas que mi memoria me
cuenta, veo en las nubes un anuncio de lluvia fuerte y torrencial.
Creo que recapitularé
la semana... la sentí breve, quizá porque hoy no fui a la oficina. A veces
basta un día distinto para alterar la percepción del tiempo.
En realidad, en la
semana no ocurrió nada muy significativo: se trató de rutina, nada más. Alguna
cita médica, un cambio de escenario para el café de la mañana, un paseo por uno
de los parques de la zona laboral—un jardín que parece silvestre, pero seguro
tiene una mano detrás—, algunos almuerzos muy ricos, la inyección dolorosa en
el ojo izquierdo de mi má, el cine, las conversaciones que retomé con un par de
amigos, el plan que quiero para el primer festivo de agosto y que no ha tenido
acogida…
A veces me pregunto si
es el plan el que no entusiasma, o si somos nosotros los que ya no nos dejamos
entusiasmar tan fácilmente. Me doy cuenta de que la rutina no es mala, pero sí
peligrosa cuando deja de tener matices.
Y pensando en matices,
he decidido que en algún momento intentaré bordar. Quizá sea una decisión como
muchas, de esas que no llegan a puerto, pero mientras tanto, imagino… quiero
bordes para las flores que tengo en infinitas fotos.
Y bueno, eso era.
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