El ruido que hace el silencio
Nadie recordaba exactamente cuándo había llegado. Algunos creían que siempre había vivido en ese barrio, en ese tercer piso sin ascensor, con plantas que sobrevivían milagrosamente en el balcón. Otros aseguraban haberla visto por primera vez un lunes cualquiera, tomando un capuchino sola, en la terraza de un café con las sillas un poco cojas. Tenía un acento indefinido, de ciudad cruzada por otras ciudades. Y un nombre que usaba poco, parecía que no le pertenecía del todo. La llamaban la mujer de los colores. Vendía pulseras artesanales en ferias itinerantes o por Instagram, siempre con los mismos tonos: fucsias, turquesas, corales, amarillos, rojos. Bonitas. Las entregaba en sobres de papel reciclado con una nota escrita a mano. “Contra recaídas sentimentales y otras catástrofes suaves”, decían algunas. “También funciona con exnovios y domingos”. Nadie sabía si era en serio, pero lo creían. A ella y a las palabras del sobre. Vivía sola en un apartamento pequeño, de los de una habitaci...